A mi amiga Mónica, fabricante de sueños
Sólo reflexiono esto como electrón no como lector: todo lo que se edita no es libro.
Pero todo libro tiene un cuerpo interior. Yo estoy conformando lo que puede contener miles de libros, pero eso donde me alojo no es un libro.
Pero como digo todo libro posee su andar propio, se representa con una figura específica, de rasgos concretos cuya posible hermosura se acabará abriendo con luz propia en tu recuerdo.
Porque supongo que tú eres el lector. Sabiéndolo, puedes experimentar enamoramiento y, con goce reservado a pocos, hacer el amor con un libro muy determinado de la manera más apasionada.
Y si el libro es libro, ¡libro!, también comprobarás que tiene su alma...
Entonces ese amor perdurará por toda la eternidad. Si quisieras, volverías a releerlo en cualquier edad, pero bien sabes que ya no es necesario insistir, porque ese libro te habrá proporcionado la lectura única, perfecta.
Y, será posible, que todos sus hermanos de edición diseminados en el mundo, alejados unos de otros, pero en la nube de Internet, se hallen palpitando a un mismo tiempo, de manera especial, entre las manos de sus lectores respectivos, para con un rendimiento y entrega absolutos al lector perfecto que eres tú, y, en un esfuerzo singular, llegar a borrarse en todas y cada una de sus letras impresas, quedándose su cuerpo, al fin, impoluto, blanco, satisfecho...
Y yo parpadeando inútilmente en medio de una pantalla blanca.