Puede que actualmente haya treinta y tres guerras o más, aunque en los años de la guerra fría ya se contabilizaban veintinueve. Sustancial a la vida será poder llegar a convivir indiferente ante las tragedias y guerras. ¿De ahí el esfuerzo de los telediarios en mostrarnos nuestra existencia como una encrucijada llena de terribles acechanzas? Dos elementos contradictorios que se realimentan: nuestro ciudadano esfuerzo estoico ante muertes y atentados producidos por conflictos bélicos, frente al otro esfuerzo de los medios de comunicación por mostrarnos una Tierra en llamas.
Entiendo como estado permanente de guerras psicológicas tanto a las guerras entre grandes estados, como a la violencia ciudadana, las guerras civiles, los conflictos permanentes, los continuos abusos de los derechos humanos, los atroces genocidios y atentados contra determinadas etnias, la pobreza y hambrunas que van en aumento, las estables enfermedades infecciosas mortales, la degradación del medio ambiente, las armas nucleares y ese perverso juego de los poderes jugando al sofisticado póker de las amenazas atómicas, las miles de armas químicas, las guerras biológicas, los terrorismos, la delincuencia internacional organizada… Al parecer son éstos algunos pilares sobre los que se sustenta la inseguridad de los habitantes de esta aldea global y los grandes negociantes anónimos que manejan astronómicos negocios inconfesables.
Porque hay quienes afirman que las guerras no dejan de ser unos métodos eficaces, aunque crueles, de frenar el imparable crecimiento de la población mundial que, desde el siglo XVIII hasta ahora, ha aumentado desde los ochocientos millones a prácticamente siete mil millones de este mes de agosto. Es una verdad palmaria que la población del mundo crece de manera acelerada, hasta tal punto es así que aún recuerdo cómo en el colegio de mi niñez al maestro le encantaba alarmarnos con que ya habíamos alcanzado la tremenda cifra de dos mil quinientos millones. Hoy, día ocho de agosto, podríamos asegurar, sin temor a equivocarnos, que hemos de andar por los siete mil millones de habitantes en todo el mundo .
Aunque hemos de recordar que tanto la paz como las guerras no sólo se fabrican en los despachos y en los campos bélicos, también en tu propia casa…
Cuando un conflicto muy cruento, cercano al genocidio, se mantiene, es porque no hay interés para estabilizar las negociaciones. La cuestión, aunque cueste creerlo, es muy simple: se fabrican guerras y se terminan cuando conviene a determinados poderes. Aunque también es cierto que una vez se haya puesto en marcha el dispositivo destructivo, no es fácil detenerlo. Habrá que esperar a que la inercia pierda sus fuerzas.
Hace siglos, un Estado se ponía en guerra cuando veía amenazada la integridad de su territorio. Como instrumentalización del arte de cualquier tipo de guerra, y digamos que para uso diario y, sobre todo, para aumentar nuestras dotes estratégicas ante la guerra cotidiana de la vida, ¡claro está!, recomiendo un magnífico libro titulado: Arte de la guerra , supuestamente escrito hacia el 500 a.C. Se puede encontrar en cualquier librería y seguro que ha de ser una lectura muy entretenida también para este verano caliente de tantas guerras.
En aquellos tiempos tan lejanos, ¡la friolera de dos mil quinientos años!, una buena estrategia de la guerra posibilitaba mantener la unidad del Estado, al tiempo que protegía las vidas de unos y propiciaba las muertes de otros, los enemigos sobre todo. No obstante su meticulosa observancia de la antigua filosofía china a favor de la guerra como arte, Sun Tzu confiesa y afirma que las armas son herramientas de muy mal agüero. Es decir, que traen siempre muy malas consecuencias para quienes anden en el uso de de esos instrumentos de destrucción. Aunque, como es bien sabido, ahora mismo muchos grandes negocios de acción transnacional se apoyen sustancialmente en la destrucción de ciudades y personas y, por tanto, en la fabricación masiva de esos instrumentos de mal agüero.
Pero vayamos al contenido de este magnífico librito milenario: que el arte de la guerra está basado en el engaño, en el fingimiento permanente, ¡en la teatralidad a gran escala! Por eso, cuando seas capaz, finge ser incapaz; cuando sepas que puedes ser muy activo, muestra la pasividad. Si estás próximo al enemigo, haz creer que estás lejos, pero si estuvieras muy alejado, has de demostrar con aspavientos que estás cerca. Has de saber ofrece un señuelo a tu enemigo para hacerle caer en una trampa; para ello simula un gran desorden en tus filas y sorpréndelo. Cuando se concentre, prepárate a luchar contra él, pero si acaso lo ves que en algún espacio se ha hecho fuerte, evítalo o muéstrate incapaz. Irrita a sus generales y desoriéntales. Si el general está encolerizado, su autoridad puede ser quebrada. Su carácter no es estable. Si el general del ejército es obstinado y propenso a la cólera, insúltale y haz que se enfurezca, de manera que esté irritado, que ya no vea claro y que se lance atolondrado sobre ti, sin plan alguno. Finge estar en inferioridad de condiciones, estimula su arrogancia… Si el enemigo está descansado, fatígale. Si está unido, divídelo. Atácale donde no esté preparado; haz una salida por donde no se lo espere. Ponle en aprieto y acósale. Pero si está en posición más fuerte, has de saber mermarlo. Para cuando esté bien nutrido, hazle pasar hambre; cuando está descansado, obligarle a pasar a la acción. Trasládate rápidamente adonde no te espere. Actúa de forma que tome tus puntos fuertes por puntos débiles, tus puntos débiles por puntos fuertes, mientras que tú conviertes en débiles sus puntos fuertes y descubres sus fallos . Disimula tus huellas hasta hacerlas imperceptibles; guarda silencio para que nadie pueda oírte. Llega como el viento y parte como el relámpago. Arremete contra la nada, revuélvete en el vacío, rodea lo que defiende, alcánzale donde no espere… Y procura recordar que cuando estalla el rayo, es demasiado tarde para taparse los oídos y que así como el agua no mantiene una forma estable, no existen en la guerra condiciones permanentes. Por tanto, como el agua, un ejército evita la fuerza y ataca los objetivos más débiles. De los cinco elementos, ninguno domina constantemente. Las cuatro estaciones no duran eternamente… hay días largos y cortos, la luna crece y mengua .
Al parecer, en el Arte de la guerra, sólo es difícil la maniobra: consiste en convertir un camino tortuoso en directo y en cambiar la mala suerte en ventaja. A quien finja huir, no le persigas. No te abalances ávidamente sobre los cebos que te ofrezcan. No pongas obstáculos en el camino de un enemigo que se dirige hacia su casa. Es necesario dejar una salida a un enemigo cercado, no lo fuerces hasta el límite si se encuentra en una situación apurada. Muéstrale que existe una tabla de salvación y hazle comprender que existe una solución diferente a la muerte.
Después… ¡cae sobre él!
Hay caminos que no se deben recorrer, tropas a las que no hay que atacar, ciudades que no se deben sitiar y terrenos que no hay que disputarse.
Si el enemigo pide una tregua sin negociaciones previas, advierte que trama algo…
¿Verdad que nos hacen reflexionar mucho estas teorías o máximas?
Ah, siempre he pensado que aunque Sun Tzu Wu escribió Arte de la guerra pensando, al parecer, en los muchos señores de las guerras de entonces, también pensaba, sin saberlo aún, en los desorientados siete mil millones de habitantes que poblamos hoy día este azul y permanentemente vivo planeta Tierra.