Por Alberto Omar Walls
No puedo remediarlo, soy escritor y por tanto un curioso redomado. A veces uso mi blog de notas, pero ayer puse mi propio móvil a grabar. No levanté la vista, evitaba que me descubrieran, e hice como que estaba concentrado en mi gwasap.
- Te crees que con venir de vez en cuando, echamos unos polvos… ¿y ya está?
- No empecemos…
- Es que me desquicia pensar que después de haberte tenido todo un fin de semana, te vayas ahora tan fuera de mí y tan lejos del mundo.
- Lo sabías desde hace tres años, que me juego la vida, y…
- … y que por eso no querías jugar conmigo. Lo sé, no estoy diciendo que me engañes, ¡ojala!
- ¡Anda, ahí esa…! ¡Pues es bueno saberlo!
- No me interpretes mal, sabes a qué me refiero.
- No, no lo sé, dímelo tú.
- Pues que, al menos, si te fueras con otra persona, sé que te podría recuperar tarde o temprano.
- Siempre me recuperas porque vuelvo a ti.
- ¿Y con qué esperanzas?
- ¿Cuáles crees tú que tienen las gentes? ¿Ese mismo tío que está ahí al lado obsesionado con su móvil, crees que no tiene esperanzas que cualquier día se le pueden ir al carajo?
- ¡Baja la voz, por favor!
- Me da lo mismo. ¿Me juego la vida en cualquier parte del planeta y piensas que me puede preocupar que me oigan?
- A mí, sí, porque no quiero que sepan que soy infeliz…
- ¡Vaya! ¡Infeliz! ¿Y qué es para ti la felicidad?
- Déjalo, hoy no quieres entenderme… ¿A qué hora sale tu vuelo?
- No sé, no me lo han dicho. Me pasaron la orden de que todos debemos estar preparados mañana a primera hora.
- ¿Serán días?, ¿semanas?
- ¡O años…! ¡Qué sé yo! No me preguntes más, sabes en la profesión que me metí. ¡Hice mal en decírtelo! Hay cosas que no deberían confesarse nunca…
- ¿Cómo los cuernos, por ejemplo?
- Sí, por qué no, como los cuernos, por ejemplo…
- Noto demasiada ironía en el tono de tu voz.
- Sabes que no me puedo permitir amarguras. En este caso la ironía me libera.
- ¿Tampoco sabes el país al que van a dar tiros?
- ¡A pacificar, dirás!
- Eso, a pacificar…
- No, no lo sé aún.
- No será dinero limpio con el que les paguen.
- Será dinero, como siempre, eso es todo. Tú estás en paro desde hace dos años y vas a casa de tu madre a comer su sopa y a que te lave la ropa. Como los niños buenos…
- ¡Y tú, como las niñas malas de ahora, perteneces a una tropa de soldados jornaleros de un país extranjero!
- ¡No aguanto esperar la guagua más! ¡Cojo ese taxi! ¿Te vienes o qué…?
Oí cerrar las puertas del auto con sendos portazos enervantes. Levanté la cabeza al fin, pero sólo pude ver a una anciana a mi lado que apretaba contra sí su gran bolso y me miraba escrutadora. Me asombró que desconfiara de mí.