Gobernantes


 

 

                        por Alberto Omar Walls

 

 

      Hay miradas que tienen ruido. Arrastran cadenas y llaman la atención. Quizá por eso seducen a otras miradas en los medios de comunicación de masas, pero te cobran tarde o temprano el gasto. Se te puede prostituir la mirada cuando ves subir a las tribunas a ciertas mentes, con sus cuerpos, esclavizadas por lo político. Has de saber que existen territorios donde se dictan las leyes que tanto necesitas. Esas leyes serán tus armas de cien filos, pues siempre aparentan crear un marco para que te convivas, pero uno de sus filos podrá sustraer, a su manera legal, un poco más de tu ansiada libertad.

      Gobernante puede ser cualquiera de nosotros. Podrá llegar a serlo uno que no estaba previsto, aunque estuviera ya en el proceso lento de aprender en esta democrática escuela de gobernantes. Ese mismo que ves moverse ajetreado por la calle abajo, con su portafolios bajo un brazo y el móvil último modelo pegado en la oreja. Te dará la impresión de que habla para sí y que sigue en su despacho, con la mesa de por medio, dictando el rumbo por donde deberán ir los destinos del mundo. Tendrá los labios muy marcados, y ostentará ya una manera especial de mirar, que se te pudiera antojar más seria y distante que lo normal. Ese, quizá, llegue a ser lo que busca. Dicen que será cuestión de fe, pero sabes que intervienen muchos otros elementos: las coyunturas, talantes, agrupaciones, accidentes...

     Pero para qué insistir, si ya sabes lo que es un gobernante: es el representante de tu felicidad en la tierra. Deberías creer en su sabiduría y que posee un corazón iluminado por la solidaridad con el prójimo. Tendrás que aceptar, por descontado, que tu futuro gobernante navegue entre la audacia y el equilibrio, entre la honradez y la picardía, entre la justicia y el perdón, entre la certeza y la duda. Deberías pedir a tus dioses familiares que ese futuro gobernante tuyo sea también santo, sano de cuerpo y espíritu, genial en las ideas y humilde en el comportamiento.

   Su vocación de entrega, para conseguir tu felicidad, no tendrá que impedir el que continuara con sus aficiones: quizá cuidar cactus, palmeras enanas o pintar bodegones, pasear los perros o escribir sus memorias durante los fines de semana... No permitas que tu futuro gobernante se transforme en el hazme reír de nadie. Cuídalo, arrópalo con ternura, procura estar cerca de él, protégelo de los cantos de sirenas para que no se robustezca su posible unión con los seguidores del Leviatán.

     Un estado robusto y equilibrado necesitará de la conjunción de corazones puros, por eso deberás aconsejarle para que no yerre nunca y, si lo hiciera, hazle ver el error con mano de hierro de guante blanco. Una vez reprendido, ámale en silencio, sin que lo sepa y aunque jamás te puedas tomar con él un café como si fueran amigos de toda la vida.

      ¿Pero qué harás si resultara ser un malvado tu gobernante? No bastará con quitarle tu confianza, o no asistir a las urnas, votar en blanco o a su contrincante. El problema de que tu gobernante haya caído en la farsa de la esclavitud del poder, es tuyo. Tú eres su responsable y habrás obtenido del gobernante los resultados que te merecías. No te quejes. Indaga adentro de ti. Búscate en los recovecos recónditos que ocultan las capas de tu cebolla íntima. Desnúdate ante tu espejo crítico y descubre qué tipo de ciudadano eres. Reconoce cuál era tu misión en la vida, cuáles tus objetivos y cuál es el plan de existencia que te habías trazado. Una vez que hayas hecho esa labor de autocrítica, mírate en tu gobernante y descubrirás en él que su condición abominable respondía a la copia de tu ser. No hacía sino devolverte tu propio calco.

  Recuerda que la búsqueda del equilibrio honesto entre gobernados y gobernantes es una tarea permanente. Tómate tiempo, no desesperes, y recuerda que ya se quejaba Giovanni Papini (Diario: 1931) de que no estaba satisfecho con casi nada de lo que le rodeaba: "No estoy contento de la Iglesia a la que pertenezco -de la fe sí, pero no de los hombres-, ni del país en que he nacido, ni del estado a que pertenezco, y ni siquiera de mis propias obras. No estoy contento de mi tiempo, no estoy contento de mí. Y he amado a tantos amigos que no creo ya en la amistad".

 

 

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