Por: M. Ángeles Molina
Es tiempo de dedicarle un homenaje a nuestros ancestros. Aquellas personas que vinieron a este mundo antes que nosotros, que nos sostienen de alguna manera, pues somos consecuencia de lo que ellos fueron, vivieron y experimentaron.
Son parte de nuestros genes y de nuestro ser y, tan solo por eso –porque si ellos no hubieran existido, tal vez nosotros tampoco existiríamos-, debemos honrarlos y estar agradecidos con ellos reconociendo el habernos dado la oportunidad de existir. Me gusta imaginar que todos ellos están haciendo una gran fila a mis espaldas sosteniéndome para que no caiga y, a la vez, impulsándome hacia delante, hacia la dirección que debo tomar. Son mis “ángeles” protectores que me acompañan en todo momento. Ahí están, dentro de este ejército guardián incondicional: mi padre, mi madre, mis hermanos, el mayor y el menor, que siguió después de mí, mis tías y mis tíos, los abuelos, los bisabuelos y todos los que están antes que ellos.
Los haya conocido o no, ellos están ahí. Siempre dispuestos a protegerme, a sostenerme y a impulsarme, como si fuera yo la lanza encendida de una flecha poderosa dispuesta a destruir aquello que ya no sirve, para construir con el fuego nuevo, lo vivo, lo potente y productivo.
Mientras reflexionaba en el contenido de esta nota, me encontré el siguiente pensamiento que me gustó mucho: “Adentro están aquellos que ya no están más. Por eso cuida el amor, que es nuestro único alimento para ser felices”. Me pareció muy bello lo que dice, y también comparto este pensamiento. Aunque las personas que amamos ya no estén más con nosotros, siguen vivas en nuestro corazón.
Una persona puede morir, pero mientras las otras personas con las que estuvo vinculado sigan con vida, las relaciones se siguen transformando de manera permanente.
Hay cosas por las que yo estuve enojado siempre con mi madre y, un día sin saber muy bien por qué, a alguna de esas cosas que tanto me molestaban, les puedo encontrar un sentido diferente y el enojo, mágicamente, se disuelve y se convierte en comprensión y en perdón, e incluso he podido llegar más lejos, al agradecimiento. Al pasar por este proceso, la relación se transforma automáticamente, es decir ¡SIGUE VIVA! aunque la persona ya no esté a nuestro lado.
Por compartir un ejemplo para ser más claro en relación con lo que digo de mi madre: toda la vida me enojó que ella insistiera en ofrecerme de comer, aunque le dijera que ya estaba satisfecho. Dejaba de insistir unos minutos, para volver a la carga nuevamente:
-¿Quieres más verdura? ¿Te sirvo más pollo? ¿te ofrezco ensalada? ¿quieres arroz o prefieres más sopa? ¿te apetece una gelatina de leche condensada?
Mi respuesta era siempre la misma:
-No, gracias. No, mamá; ¡Gracias, no! Ya estoy satisfecho. Ya no quiero nada. ¡No, mamá, no insistas, ya no quiero comer más!
Pero no importaba cuantas veces yo me negara. Ella volvía a insistir una y otra y otra vez, mientras me tuviera cerca, y lo mismo hacía con todos mis hermanos y mis sobrinos.
Siempre me preguntaba porque a mi mamá le gustaba molestar tanto con ese tema de la comida, y no lograba hacerla entender que ya no quería seguir comiendo más. ¿Por qué no dejaba de hacerlo, a pesar de ver que me molestaba que lo hiciera?
Hasta que un día, de la nada, entendí que mi madre, con esa actitud, me estaba diciendo, una y otra vez, que me quería. Ella era una mujer más bien fría y le resultaba muy difícil expresar los sentimientos. Podía decir “te quiero”, pero lo hacía muy de vez en cuando y a todos sus hijos se lo decía de la misma manera y no lograba que lo sintiéramos como algo auténtico.
Por la forma de expresarlo, nos sentíamos todos iguales, no había diferencia en el tono y era como si para ella, todos fuéramos iguales, sin personalidad, ya fuera que se tratara de Margarita, Josefina, Patricia, Elizabeth, Enrique o Luis Fernando.
Sin embargo, a través de la comida, ella intentaba decirle a cada quien lo mucho que lo quería, y, a más comida, mayor manifestación de afecto… esa era la verdad, por lo menos, la verdad con la que ahora me explico su comportamiento y, ahora, o sólo ya no me siento enojado, si no que la honro por haber encontrado una forma creativa de mostrar su amor, a pesar de lo difícil que seguramente le resultaba. “Honrar significa incluir, reconocer, validar, legitimar,…”
De esto, sacamos por conclusión que, si las relaciones siempre se mantienen vivas, es porque las personas que ya no están en el plano físico, de cualquier manera continúan latiendo no sólo en nuestros corazones, sino en todo nuestro ser. No de forma metafórica, sino real.
Cualquiera de nosotros, somos consecuencia de todos nuestros ancestros, que viven en nosotros, que son ya parte de nuestro ser. Es por ello que les propongo honrarlos.
Eso me permite ser consciente de que yo también, como ellos, seguiré viviendo en muchas personas cuando ya no esté, a través de un pensamiento, de un sentimiento, de un recuerdo, de un aprendizaje que haya logrado sembrar en alguien.
Esta frase atribuida a Giacomo Leopardi “Los antepasados son lo más importante para quien no ha hecho nada”, me parece un poco fuerte, pero creo que tiene un sentido: es verdad que necesitamos recordar y honrar a nuestros antepasados para que, como dice Burke, podamos mirar hacia delante. Sin embargo, es cierto que muchas personas, cuando pierden a sus seres amados, se quedan prendidos a su recuerdo y, en nombre de una lealtad mal entendida, entierran su corazón junto al de ellos y no vuelven a amar ni a vivir, ni a sentir. Están vivos, pero sin estarlo, muertos en vida.
“Sería mucho mejor para nuestros distinguidos antepasados alabarles con menos palabras y con más acciones nobles”, dice Horace Mann, pero creo que eso no es lealtad, y no se puede honrar de esta manera a los seres que nos dieron la oportunidad de estar en el mundo. La verdadera manera de agradecerles a aquellos que ya no están, es siendo felices, viviendo intensamente por ellos y por nosotros.
Recuerdo haber escuchado en alguna ocasión a Jorge Bucay decir que era un error tener un sueño, alcanzarlo, y no disfrutarlo, porque nuestros seres queridos no tuvieron la oportunidad de hacer algo similar como hacer un viaje a Europa, conocer el mar, visitar las pirámides de Egipto, tener una casa en el campo o en la playa, etc.
Debemos hacer todo lo contrario, dice Bucay: si ahora yo tengo la oportunidad de viajar o de tener aquello que tanto soñó mi padre, mi madre, mis tíos o mis abuelos, debo disfrutarlo al doble y agradecer a la vida que ahora yo tenga esa oportunidad que ellos no tuvieron. Esa es la verdadera manera de honrar a nuestros antepasados.
Práctica sugerida: por lo anterior, sugiero algo querido lector: honra a tus antepasados disfrutando cada cosa que la vida te dé, ya se trate de un día con sol, un rico plato de comida, un paseo por el campo, una tarde con los amigos o con tus hijos, la lectura de un libro o disfrutar de tu programa de televisión.
Escucha su música favorita y también la tuya y disfrútala en nombre de ti y de ellos. Haz algo que ellos siempre hubieran deseado y no pudieron y ofréceselos. Si siempre quisieron ir a algún lugar, prepara la visita, ve a ese sitio y disfrútalo intensamente diciendo: hoy quiero dedicarte esto a ti, lo voy a disfrutar con todos mis sentidos y va a ser mi manera de honrarte y agradecerte por todo lo que me diste y aún me das.
Claro, puedes decirlo con tus propias palabras, pero la idea es que disfrutes y no lo sufras, que goces y compartas ese gozo con esa persona o personas que tanto te amaron, que tanto te dieron… y, aun sin que haya sido así, de una u otra manera, les debemos algo, el estar vivos y, sólo por eso, ya es motivo suficiente para honrarlos, ¿no crees?
Otra manera para honrar a nuestros antepasados es disfrutando de algo que hacíamos con ellos. Leer el libro que te leía tu madrina, comer lo que te preparaba tu tía o tu abuela, comprar las flores que les gustaban, visitar sus lugares preferidos, recordar sus historias y sus anécdotas, ver sus fotografías y colocarlas a la vista platicando con ellos y diciéndoles todo lo que les agradeces, o bien, escribiéndoles una carta. Estas son solo algunas alternativas, tú puedes crear las tuyas utilizando tu creatividad y tu imaginación.
Tal vez lo único que haga falta, es que, en este mismo momento, cierres los ojos, trates de recordarlos y les digas desde lo más profundo: Muchas gracias. Gracias por haber existido y permitirme que yo existiera. Te lo agradezco de todo corazón.
[Fuente del artículo: M. Ángeles Molina
centropsinergia.wordpress.com]