© Alberto Omar Walls
Escribí no hace mucho un articulito en mi blog sobre el carácter vital de las pausas al hablar y de cómo la respiración ejercía una importancia capital que podía dar la vida o la muerte: lo titulé el Valor de la respiración y las pausas. Al poco tiempo alguien me preguntó sobre cuántas formas de respirar se aceptaban. Le contesté que más de doscientas, al menos por su importancia y efectos positivos, reconocidas todas ellas, y algunas adoptadas como fundamentales por escuelas y maestros de toda índole y especialidad, desde el budista más ortodoxo hasta el mejor cantante de ópera. Y me preguntó, achicando sus ojos y mirándome intensamente, que cuál de todas ellas era la que yo practicaba y la que le podría recomendar.
Le dije que indagara y experimentara, porque la experiencia propia es la base de todo proceso vital y que respirar bien no implica solo un proceso físico, sino también mental. Que estaría muy bien que incorporara a su vida cotidiana algunas de ellas, como por ejemplo la respiración diafragmática, la respiración con el corazón y otras partes del cuerpo, la respiración continua, la respiración alternada por ambos orificios de la nariz, la respiración energética, la imaginativa…
Y que, sobre todo, le recomendaba por sus efectos positivos la más sencilla de todas: la que utiliza el niño y respira sin saber que lo hace. Todo empezó desde el día mismo de nuestro nacimiento. Vinimos de un lugar húmedo, que habitamos durante nueve meses a otro bastante más seco y que obligaba a usar los pulmones de golpe y el aire del ambiente como alimento primordial para la subsistencia. Los niños respiran como debe ser, con la barriga. ¿Han visto cómo sube y baja naturalmente el vientre de un bebe cuando plácidamente respira su aire? No lo roba, ni lo coge con cicatería ni temor, lo inhala y lo exhala con naturalidad, sin pensarlo. Él niño está en su cuerpo gracias a la respiración.
El adulto se ha acostumbrado a estar fuera del cuerpo. A veces he dicho que hay gente que no se habita. Que no sabe dónde está. Y no hay que estar en ningún otro lugar que en uno mismo. Ese es el drama de tantas gentes, que piensan demasiado, y la mente acaba yendo por un lado y el cuerpo por el otro: y hay que juntarlos en un mismo lugar, la mente con el cuerpo que habitamos desde que nacemos. ¿Cuál es el lugar, espacio o habitáculo que conoces al nacer?, tu cuerpo, no hay otro, luego vendrán intentos y obsesiones para habitarnos en lugares y espacios que no tienen nada que ver con nuestro cuerpo.
Le sugerí algo muy sencillo y eficaz, casi milagroso: aprender a volver a estar en nuestro cuerpo a través de la respiración. Es decir, aprender a estar en uno mismo, en tu cuerpo. A quien sea que me esté leyendo ahora mismo, le propongo un juego muy serio. Lo llamo juego porque debe tomarse como tal, como algo sencillo y divertido. Le propongo que solamente se ponga a respirar conscientemente. Sí, ahora mismo…
No hace falta complicarse mucho. Hazlo así, tal y como te voy indicando: procura estar relajado y observa tu respiración en su vaivén de inhalar aire y expulsar aire. Suave y lentamente…
Ya está, ¡has conseguido estar en tu cuerpo! Y, sobre todo, has conseguido barrer de un plumazo el pasado y el futuro, para quedarte en el aquí y el ahora, en este presente absoluto. Continúa respirando conscientemente, observándote en tu respiración, sin atender a nada ni nadie más.
¿Verdad que es gratificante la experiencia? Vivir el presente en tu cuerpo y a través de la respiración. A eso se reduce todo. Así dejas de lado las excesivas preocupaciones y vuelves a habitarte en tu propio cuerpo. Y verás, con el tiempo y la práctica, que la experiencia es tan gratificante que te va a servir para todo… ¡Es como lavar la ropa sucia y tenderla al sol y el aire! [alberwalls@gmail.com]