Hoy cumplía 99 años Amparo Walls Hernández

    Tal día como hoy, hace 99 años, Amparo Walls Hernández nacía en el santacrucero barrio de El Cabo, el 1 de abril de mil novecientos catorce. Según ella misma cuenta en sus libros fue bautizada en la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción, siendo la benjamina de seis hermanos, por lo que fue querida y mimada por toda la familia. Recuerda con mucha ternura su infancia en los dos libros, Mariposas de papel y Párrafos de la memoria, como un tiempo verdaderamente feliz, junto a una madre canaria muy creativa, como ella aficionada a la música y el canto, y su padre andaluz, sevillano, de grandes mostachos y algo severo, como los padres de entonces, pero con un gran sentido del humor y muy cariñoso para con sus hijos e hijas.

 

    A cada rato me podía sorprender de la gran memoria que desplegaba a sus más de noventa años, aunque a quienes la leyeron sobre todo les sorprendía comprobar en sus libros el gran recuerdo meticuloso, preciso, que mantuvo de sus vecinos, comercios, tiendas o profesionales, recordando nombres profesiones y algunos destinos azarosos y otros de éxito, de algunas familias y gentes que convivían en el viejo Santa Cruz de los años veinte del pasado siglo.  

 

   Me consta que guardó secretos, muchísimas cosas no escribió, pues su extremo pudor le impedía criticar a nadie, aunque ya hubiese desaparecido de este mundo. En ese sentido, y viéndose ya muy longeva, y sin tener a su lado a la casi totalidad de su familia de su edad, fueran esposo, padres, hermanos, amigos, me preguntaba, Albertito, ¿cómo es que yo sigo aún viva? Por algo será, decía yo, sin saber mucho qué decir. Sí, un misterio…, me contestaba, se sonreía y se quedaba mirando hacia el mar de la avenida Anaga, quizá con la disculpa de observar la entrada o salida de la mole de algún trasatlántico. Y cambiaba de conversación: parece una casa flotando sobre el agua, otro misterio. La vida, el universo todo, está lleno de misterios, ¿verdad?

 

     Cuando salió a la luz su primer libro, en la colección TID de Idea, comentó que, como escritora tardía escribía para experimentar muchas sensaciones dormidas y, desde luego, para darle movimiento al cerebro y a las ganas de vivir, también para dejarles un legado especial a sus hijos, nietos, bisnietos y a los lectores de Santa Cruz de Tenerife: los múltiples recuerdos del pasado que aún revoloteaban en su memoria y que, para muchos, ya se habían perdido.

 

   Sus relatos de Santa Cruz contienen un aire fresco de humanidad que nos conmueve por su gran sencillez. Y nos deja un hermoso legado de sencillez y profunda humanidad cuando nos dice al final de su libro Mariposas de papel:

 

Y aquí mismo también es donde he redactado estas libretas, y estoy ahora mirando el mar. El amanecer lo veo desde mi cama. Es invierno y sé que el Teide aún está cubierto de nieve. El frío le concede al cielo unos tonos que no se dan en el verano. Qué hermoso ver el cielo lleno de capas de todos los colores. Me da paz y alegría observar detenidamente cómo se va ocultando el sol entre las brumas. Tenemos que apreciar esta riqueza natural y agradecer todo lo que nos ha dado la naturaleza con su generosidad. Hay que saber cuidarla, como quien tiene una flor entre sus manos y la acaricia y huele su aroma. Como al mar, el cielo, el monte, las flores, los niños y las personas mayores, a los pobrecitos que sufren y a los que hieren en las guerras, a los sin hogar… Tocar a las personas, acariciarlas, darles compañía, darles la mano para que tengan la paz. Ayudarles en su salud, darles nuestro cariño.

 

En nuestro caso concreto, cubierto nuestro Teide interior de nieve, aunque parezca que lo hemos recibido todo, los ancianos necesitamos aún reconocer que en los demás inspiramos cariño y atención. Se da el mismo caso que en los niños... Desde que vemos el amanecer, deberíamos comprender que Dios amanece para todos. Debemos estar siempre agradecidos por lo que recibimos y por Su extrema bondad.

 

        Hace casi dos años, madre Amparo estaba en plena faena de seguir redactando cuartillas y libretas, aunque su vista andaba ya dándole la lata, a pesar de haberse operado de cataratas dos años antes. Eso le impedía tocar su querido piano, aunque muchas veces, como no necesitaba de partituras, se sentaba al piano y se pasaba largas horas desgranando, de su extensa memoria, melodías y canciones de su época de juventud. No importaba que se equivocara o que a veces le fallaran algunos compases y andara durante un par de minutos buscando la melodía entre los dédalos de la memoria. Daba gusto oírla y, sobre todo, verla siempre con gran disposición positiva ante las cosas extrañas y los cambiantes hechos de la vida. Pensaba uno, quizá porque había nacido bajo el signo de Aries, que por eso mantenía siempre una fortaleza a prueba de desánimos, pero estoy seguro que era por la madera de la que fue hecha, por la mezcla necesaria y suficientes de los elementos que la Vida la compuso para entrar en este plano de existencia. A veces le preguntaba, ¡a tanto me atrevía!, Mami, ¿cómo será eso del más allá? Me contestaba con mucha humildad diciéndome que no tenía una idea exacta, sino lo que la habían enseñado de pequeña, que ella creía en Dios, que tenía su Conciencia tranquila, y que con eso le bastaba.

       

      Mi pequeño homenaje de hoy no contiene sino este simple recordatorio y testimonio de lo gran persona que fue mientras duró su estancia en la Tierra. Al principio de que un ser querido se va para siempre de nuestro lado, solo el llanto te sale y se te meten dentro todas las congojas y soledades. Mas sabes que pertenecemos a la existencia en la misma medida que la Energía, que ni se crea ni se destruye sino se transforma. En esa misma sutileza energética, Madre Amparo, transformada o hecha a la medida del orden del Universo, energía con o sin forma, estará donde tenga que estar, cumpliendo de la misma manera, ¡o mejor, si cabe!, que lo hizo con su familia entera y amistades, de una manera íntegra y veraz, amorosa e inteligente, y plena de una conciencia y vitalidad totalmente ejemplares.

 

 

Amparo Walls Hernández, Mariposas de papel, Ed. Idea, 2008. En la foto: la autora, bajando la Calle de la Candelaria camino de la Iglesia de la Concepción. Año de 1931.

 

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