© Alberto Omar Walls
En el cuerpo humano la sangre está en movimiento continuo. Cuando para, se da paso a las enfermedades. Energía y sangre están en relación inversamente proporcional al movimiento. Si hace siglos decías que la sangre estaba en movimiento, te tachaban de brujo. Casi como ahora en otras cuestiones, pero el problema que conllevaban esas épocas es que te obligaban a apostatar de tus creencias [recordemos la tragedia de Galileo ante la Inquisición] o, si te obstinabas, te aupaban a la hoguera de la plaza de cualquier ciudad culta y cosmopolita [v. Copérnico]. Y te quemaban en medio del regocijado público...
No ha transcurrido tanto, pues aún en el intrincado universo de nuestro corto mundo mental, subyacen creencias anquilosadas y pérfidas junto a otras que apuestan por la libertad en expansión. Creemos que una de las buenas ideas es poner en relación a todos los componentes del cuerpo social. Harían falta unas grandes dosis de creatividad, solidaridad y el reconocimiento auténtico de la igualdad de las especies. Poner en buena relación a los seres entre sí, es propiciar que el progreso no invalide el poder del alma sutil de las cosas ni la intencionalidad última de nuestros actos. Millones de mariposas emigran desde Canadá a El Rosario, México, en barahúnda anual, empujadas por el instinto, quizá porque recuerdan que su sangre es de la misma vitalidad de la tierra que las empujaba a transmigrarse durante siglos.
¿Habrá algún tipo de razón ignorada, más allá del hambre, que empuje a juntar nuevas energías con viejas sangres estancadas? No es fácil aceptar la libertad incondicional para el progreso, porque hay advenedizos en los territorios de la sociedad y negociantes dispuestos a hacer ganancias con el dolor humano. Los rostros son de parecida catadura, aunque hayan cambiado rasgos y los atuendos sean diferentes. El hombre ha sido un depredador para el hombre, no ya un simple lobo al que se pudiera amaestrar a través de la educación (v. Sartre), sino un pernicioso instrumento que utiliza al prójimo para su beneficio.
¡Quién sabe si la España de 1653 se habría dado cuenta de que tocó fondo en su intento de mantener la consistencia de un país que tendía a desmembrarse! Esa decepción del mundo hispano del siglo diecisiete, que se nos pudiera antojar demasiado lejana, recuerda a la padecida muchos años más tarde con los intelectuales del movimiento crítico y reformador del 98 enfrentándose a la corrupción de su tiempo [Costa, Ortega, Unamuno, Azorín, Cossío o Maeztu]. En el primero caso, al irrepetible Barroco español, una vez perdida la unidad física española, le quedó la posibilidad de consolidar la unidad espiritual de un pueblo confeso y mártir en torno a la mística católica. Entonces, la decepción política robusteció la religión...
¿Qué quedaría hacer ahora?
Un pueblo pillastrón y hambriento se subía hace quinientos años a los altares para comer del único alimento que supuestamente les saciaba: la espiritualidad. Pero no era una actitud auténtica, sólo fue impulsada por la imposición de las formas: la mística para los místicos, los demás sólo creían en el estómago. ¿Quizá como hoy?
Una vieja canción popular decía: ¿qué es aquello que viene por aquel cerro?, la cabeza del cura, la arrastra un perro. ¿Vendría bien a algunos un nuevo concilio que intentara corregir los excesos tanto del clero como de sus aliados, el poder corrupto de ciertos políticos? Pero sabemos de viejo que nadie arriesga mucho para ganar muy poco.
Cuando todo se cuece y nada fragua, el instante se dilata en exceso, y se pudren las formas.
Sublime cuadro el de Las Meninas: fantástica y terrible aquella definición plástica que se mostró a la sociedad de entonces representada en algunos miembros reales, alfilerada en el corcho de las apariencias y en la lejanía de la mayor perplejidad humana posible. El genial maestro Velázquez pervive aún hoy en cada periódico, en cada diario, porque se expresan a través de las fotografías de prensa los testimonios cotidianos de sangres detenidas, congeladas, y las energías asustadas pululando por el tejido social sin saber adónde ir ni en dónde pararse...
El Hombre, en el ejercicio milenario de la vida, ¿se equivocó empeñándose en inventar el tiempo?, ¿se equivocó al inventar la familia, la ciudad, las sociedades, las artes, las culturas…? ¿El miedo y las emociones, el ataque, la maldad, el dominio, las leyes, el egoísmo, la lucha contra la tierra que lo acoge, la propiedad o el amor como búsqueda del equilibrio de fuerzas…? ¿Imaginan al Hombre de hoy sin el contrapunto de la Muerte? Ah, si el Hombre medio de hoy fuera inmorible, qué terribles consecuencias para el Universo entero…
Lo de que el tiempo es oro lo acuñaron los idólatras del poder, del dominio social: eternos negociantes con las sangres y energías humanas. Son siempre los mismos quienes llevaron a las hogueras a los copérnicos y los que en estos tiempos adoptaron como puntos estratégicos de las guerras las bibliotecas y sus señas de identidad, junto a la destrucción de piezas incunables de museos milenarios. Esos mismos que no saben aún que necesitamos entrar en sinergia con otras energías, renovar las sangres con savias nuevas...
Nunca como ahora se tiene el convencimiento de que debe hacerse una revolución profunda de nuestras instituciones, ideales, creencias, y pilares en los que se sostienen nuestras sociedades, que ya no se sostienen…
¿Pero quién le pone el cascabel al gato que contenga un prístino sonido renovador a esta sociedad adormecida, más que triste y sin referentes ideológicos, que propicie unos cantos sociales animosos y regeneradores, no de sirena fantasmal, sino que sean de verdad convincentes y que no huelan a caducos?
Cada día que pasa, parece que lo esencial está aún por hacerse...