© Alberto Omar Walls
El perro, la pelea, tus rencores, el pasado y
tú...
Cuando me descubro muy rabioso por algo o alguien, aunque sea momentánea la
emoción, no importa por qué, ¡una experiencia cualquiera en la que me sube el calor a la cabeza!, recuerdo siempre una frase que oí hace años, atribuida a un sabio oriental: No es el tamaño
del perro en la pelea lo que importa, sino el tamaño de la pelea en el perro...
Luego me pongo a respirar y pronto me doy cuenta que había revivido en mi
interior viejas peleas y rencores que no
tenían nada que ver con ese momento concreto. Que había experimentado algo parecido al síndrome de la bola de nieve, que aumenta de tamaño rápidamente y te arrastra con su veloz camino hasta caer
al vacío de la nada más castrante...
Si me aparto de mí mismo, respiro y
me olvido por segundos que ese accidente social o humano no me corresponde, descubro que en realidad el perro era menudo y pasajero, aunque mi pelea interior proyectara una sombra que lo
agrandaba como si fuera una fiera temible.
Sigo respirando y, al distanciarme, todo se aclara...
Interesante, ¿verdad?