© Alberto Omar Walls
Querer hacer de la vida un arte no será confeccionar exposiciones con las fotos del pasado y colgarlas en los pasillos de las casas de los amigos. Tampoco en los dormitorios de nuestros amantes. Ni siquiera en las mochilas de los hijos.
Quizá hacer de la vida lo que la vida exige, sea solo saber que vivir es un artificio y, según la habilidad y el propio punto de vista, es posible que se convierta en un des-arte de vivir. Pero no será nunca un arte de vivir el coartar la libertad de los otros, aunque sean necesarias las normas para la convivencia, como el amaestrar para la educación. Ni el manipular las voluntades ajenas porque deseamos tranquilizarnos.
Todo arte es ficción, aunque se diga que el auténtico arte contiene en sus entrañas algo de la Belleza ignota que conforma el corpóreo éter de ángeles pintados por artistas. Como es ficción, toda ella comulga con la mentira. Así, el que ansía un arte de vivir como un artista, será un embustero aunque dé la apariencia de verdad a sus actos. Un escritor es, a lo sumo, un taxidermista que rellena cuerpos vacíos de seres que no existen. O también como un titiritero que mueve con hilos invisibles a seres de cartón piedra tenidos por verdaderos. ¿Y un individuo que fabricara su vida diaria queriéndola hacer lo mejor posible, como si sus actos fueran obras de arte, no actúa también como un titiritero o un taxidermista?
El arte de vivir es una falacia, si se lo quiere relacionar con la autenticidad. En el ser humano no existe lo auténtico, quizá una aproximación a lo que se llama Conciencia, pues la que cree verdadera conciencia la obtendría prestada, si conociera la fuente de donde mana.
Radica en el Hombre el ansia por ser feliz, por alcanzar un imposible, deambulando entre el sueño de despertar algún día y la sorpresa permanente de encontrarse en una vigilia donde aún no sabe cómo fabricar la felicidad duradera.
Y será mejor no fabricar ningún acto. Dejar que la Vida fluya sola. No empeñarse en conducir la diligencia de tantos caballos que no se ven. Ni como arte ni como adefesio, será mejor no fabricar nada de la vida. Que sea ella la que se pronuncie, la que nos sorprenda, la que nos haga reír o llorar, la que nos admita como actores eficaces, por habernos declarado inocentes...
Un buen intérprete no debería forzar la interpretación. Si hubiera arte él solo se desvelará y, el intérprete como intermediario, si estuviera atento a todo, podría compartir el goce de lo que está sucediendo al tiempo que lo vive.
Puede que el verdadero arte de vivir, si existiera, sea solo vivir sin más, sin ansias ni deseos, ni especulaciones sobre la felicidad o los consumos. Ah, sí se generalizara el goce de fluir en la vida sin artimañas ni ficcionalizaciones, qué golpe tremendo a nuestro mundo especulador en el que estamos inmersos…