© Alberto Omar Walls
No se sabe adónde va el mal encarado con sus desplantes. Está a punto de convertirse en uno de los devoradores del mundo. Podría ser pendenciero, pero como tiene estudios guarda las apariencias y prefiere destruir lentamente. Esgrime su actitud aupándose sobre la mirada altanera, resaltando los defectos ajenos y maquinando en secreto para acceder al poder. Destilará ácido y corroerá las relaciones. Se le verá con su mal talante ante quien cree sea inferior. Se sabe que toda esa energía podría utilizarla en beneficio de todos, pero solo ansía su triunfo. Ansia que lo devorará.
Es distinto el autocrítico, el perfeccionista, que se siente amargado y mostraría un hosco carácter por el desagrado que siente consigo mismo. Aunque su viejo modelo fuera la alegría, ahora se encuentra desangelado, desasistido o perdido.
Al primero lo reconocerás porque empezará a padecer del hígado o la vesícula biliar, y grita como enfadado; al segundo, quizá del corazón o los intestinos, y se queja de lo mal que le va todo. Pero a ambos les afectará el mal del alma, tomado el concepto de alma como la parte de la persona que afecta a la moral y lo emocional.
El alma del violín no sólo será su esternón de madera, sino el responsable de la especial musicalidad de todo el instrumento; así, el alma humana debería ser la esencia sonora de lo etérico, la quintaesencia de lo sutil, la que nos confiriera la suficiente dosis de vibración para atravesar nuestras limitaciones egóticas y vivir en el territorio de la Creatividad.
Todos escribimos el Libro de existencia con nuestros actos, actitudes y herencias que desconocemos. También con los pensamientos cotidianos, los deseos, ansias e insatisfacciones, además de los recelos, furias y rencores…
El modelo y motor de la existencia está en la creatividad y el humor. La solución, si la hubiera, radicaría en usar continuamente, sin desfallecer, ese mágico y sanador binomio: Humor y Creatividad.