El personaje

             © Alberto Omar Walls

 

     Observo que este personaje está rebelde. Le cuesta aceptar su vida. Me dice, ¡cuesta, caray! Y yo le respondo, ¿y qué cosa no cuesta? Pero no debería costar, me insiste. Es cierto, nada debería costar esfuerzo. Debes saber que si te he construido, en mi estructura narrativa, siendo alguien que ha sido víctima en el pasado de tantas preocupaciones y responsabilidades, ¿cómo quieres que ahora te pinte libre y con un aura feliz? Pues ayúdame a cambiar ese pasado, me dice. Vale, lo intentaremos, pero debes poner mucho de tu parte y darte cuenta que si a ti te cambio en tus muchas limitaciones sustanciales, he de cambiar a los otros personajes que están a tu alrededor; tanto en lo positivo como en lo negativo. Porque todo es una estructura, si algo se muta lo demás se resiente. Pero es que yo quiero terminar siendo feliz en tu novela, me insiste. Los finales felices son muy aburridos, querido personaje. Caray con la teoría, ¿no puedes procurar, por ejemplo, que mi sombra me siga a todas partes?; ¡es que me has hecho con una sombra rebelde!, ¡hace lo que le da la gana! Esa es tu condición porque estás en conflicto contigo mismo. Te crees muy bien amueblado y lo haces todo creyéndote justo y perfecto, pero no es así, para mí como personaje eres perfecto, pero como persona serías un desastre. No me gustaría tenerte como amigo o amante… ¡Me voy de tu novela! No puedes, tienes que cumplir tu ley narrativa de acción-reacción. ¡Maldito destino! No se trata de destinos, sino de las causas y los efectos. ¡Te despertaré en tus sueños! ¿Lo ves?, eres retorcido y crees que todo lo puedes conseguir a la fuerza; estás equivocado. ¡Pues te haré borrones de tinta! No seas anticuado, escribo con ordenador. ¡Algo te haré! Bueno, amado personaje, no te engrifes que la cosa no es para tanto, mira que como te pongas chulito prescindo de ti de un plumazo ahora mismo… Vamos a llegar a un acuerdo, ¿te parece?: si logro ver que eres consciente de quién eres y porqué eres así, y tú mismo te abres a tus propios cambios, te haré caso y volveré a reescribirte a partir de ahora, y propiciaré que, al menos tú, tengas un final feliz. ¿Callas?, luego otorgas…

 

 

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