© Alberto Omar Walls
Dije el otro día que la UNESCO había especificado el 21 de marzo para la celebración del Día Mundial de la Poesía. Yo lo he celebrado hoy leyendo poesía. En solitario. Ya casi nadie reúne en sus casas para leer poesía. No sé si es una pena o no, sólo lo constato. Imagínense que convocara a unos amigos a un encuentro en mi casa para leer poemas. ¡De verdad, así por las buenas!, sin especificar ningún otro tipo de menú, comistraje o bebedizo… seguro que me mandarían a paseo… Y lo entendería, y me iría a pasear, con mi murga a otra parte. Eso sí, me iría, pero con un libro bajo el brazo.
Aún recuerdo aquel magnífico Fahrenheit 451’ de Ray Bradbury, el escritor estadounidense de ciencia ficción que falleció el año pasado a la edad de 91 años en Los Ángeles, y que François Truffaut llevó con tanta eficacia y veracidad a la pantalla. Su visión cinematográfica fue en verdad un hermoso poema visual. La imagen de aquella mujer amante de los libros que se dejaba quemar con toda su biblioteca, es antológica y, su símbolo, imperecedero.
El otro día, en la Cafetería Regia, para más señas Luna llena, rendimos homenaje a un poeta inmorible de la Generación del 27, Federico García Lorca. Fue un acto muy bello que se denominó Palabra por Federico. El recinto, no muy grande, estaba a tope. Comprobé allí que aún hay un buen racimo de personas sensibles que sienten el latido profundo de las palabras de los poetas, resonancias sin tiempo ni espacio. Como el ritmo auténtico de los poemas eternos.
Si ya no eres capaz de sentir interiormente el rugido cadencioso de la poesía en medio de sus silencios, sustanciales para el alma de sus ritmos, algo malo te está pasando…