Los cuerpos no tienen color

     © Alberto Omar Walls

 

     A primera hora de la mañana ya está un amplísimo grupo de viejitos bañándose en la playa y, a lo largo de la orilla, corriendo de aquí para allá como si se les hiciera tarde para algo. En las primeras horas veraniegas la luminosidad del día es amable tanto para la vista como para la piel (que son lo mismo). Pero sobre las diez y media u once, el sol empieza ya a expresarse con cierta inclemencia. Aunque la luz ultravioleta se meta a tope, ya avanzado el día, también es verdad que es buena para determinados tratamientos de la piel, aunque pueda dañarla. Todo tiene una razón, incluso las prisas a esas edades.

 

     Se supone que los cuerpos no tienen color, porque el color que creemos ver se manifiesta con unas propiedades específicas de los cuerpos a la hora de reflejar, transmitir y absorber la luz que reciben. Por lo que la impresión del color de un cuerpo dependerá de la composición espectral de la luz con que se ilumina y las propiedades que tiene de reflejarla, transmitirla y absorberla el material sobre el que se incide. Por eso es tan importante la iluminación en el teatro, en el cine, en cualquier tipo de interiores, o en las calles y en los propios edificios monumentales…

 

     Como se sabe, para que cualquier cuerpo sea visto por el ojo humano ha de haber una luz incidente, que sea luego una luz reflejada, por tanto transmitida y, en su final, absorbida. Son las cualidades o factores de reflexión, transmisión y absorción de algunos materiales las que entran en juego a la hora de utilizar cualquier tipo de luces. Al sonido le ocurre algo parecido, pues los zifios o delfines se comunican por vibraciones acústicas, igual que los murciélagos, y nosotros nos relacionamos por los colores o vibraciones que nuestros ojos ven. Hoy estamos pensando en la luz que nos rodea y la que se utiliza expresamente para conferirle a determinados objetos una visibilidad, sea artística o no. O para defendernos de la temperatura que emite la luz, y, aunque al final todo sea vibración de longitud de ondas, sigamos hablando de luz y colores. Son solo palabras, pero es con lo que nos entendemos.

 

   Las ondas de la luz afectan a nuestros ojos de manera diferente, por lo que el cerebro interpreta que vemos unos colores u otros. El color de un objeto dependerá de cómo incida la luz sobre él. El color azul, el rojo y el verde son los llamados colores primarios de la luz, y al mezclarse estos tres colores se puede crear todo el resto del espectro. Aunque nuestros ojos solo pueden procesar una gama limitada, la retina de los ojos tiene células sensibles a determinados colores de la luz; algunas células responden solo al rojo, otras nada más que al verde y otras solamente al azul. Y vemos combinando, porque, por ejemplo, si sobre la retina inciden cantidades iguales de luz roja, azul y verde, entonces vemos el blanco, pero si lo hacen el rojo y el verde, vemos amarillo.

 

     Es que la luz blanca solar contiene una degradación de colores que va del rojo al violeta, y cuando incide sobre un prisma de cristal refleja ese espectro de colores semejante al arco iris o a la bandera gay o a los colores de los siete chakras corporales. Lo que sucede cuando la luz incide sobre un objeto es que los colores que vemos, son los colores que el objeto refleja, porque los materiales absorben unos colores y reflejan otros. Y hablar del color es casi igual que hablar de calor, ya que los colores representan determinadas cantidades de energía, o sea de calor… Recuérdese que la luz natural blanca, la que emite el sol con el cielo despejado tiene una temperatura de color de 5.800ºK cuando se encuentra en su cenit, y de 2.000ºK cuando está en el horizonte [grados Kelvin = º C+273), con lo que, ciertamente, no será lo mismo bañarse a primera o última hora que a las doce del medio día o a las cuatro de la tarde.

 

    Aún me sigue asombrando ver todos los días esos cuerpos re-blanquecidos, recién llegado, puestos a achicharrarse sobre la arena bajo un sol de justicia. ¿Pero es que nadie les dice de donde vienen que el sol de aquí es un sol absolutamente Yang y no un sol Yin como el de esos nortes? Claro está, la oblicua de los rayos solares no es la misma en todos los lugares de la Tierra, y el padre Sol no se las va a andar con miramientos diferenciadores: que si a los que van a tostarse, con suavidad; que si a los desiertos y los océanos a todo meter para favorecer la evaporación, que si a las selvas por lo de la clorofila…

 

    ¿Quién tiene en su casa, colgado del armario de la ropa un calorímetro, que es el aparato que se usa para medir la temperatura del color? Pues no estaría mal tenerlo a la hora de servirse de unos colores u otros, porque todo color tiene una temperatura. La llamada luz cálida tira hacia el amarillo-rojo con una temperatura de color por debajo de los 3.000ºK. La denominada luz fría, por el contrario tira hacia el azul-violeta, con una temperatura de color elevada, 8.000ºK a 10.000ºK. Y el ultravioleta, no digamos…

 

    El viejo dicho de que todo dependerá del color del cristal con que se mire se basa en una realidad científica y aunque la aprovechemos para explicarnos muchos aspectos subjetivos de la vida diaria y la literatura creativa, es comprobable poniendose una ropa u otra. ¿A que ahora se comprende un poquito más la blancura, tan estética, de los pueblos andaluces? Me dijo alguien el otro día, ¿por qué vas de blanco?, ¿te has hecho de una secta? ¡Leches! -dije pegando un respingo-, ¿de dónde te has sacado de que el blanco sea sectario? ¡En cualquier caso, el blanco podría interpretarse como la unión de todos los colores…! Por ejemplo, un decorado teatral pintado de color verde medio le ocurrirá lo siguiente: que el treinta por ciento de la luz incidente es reflejada, y no se transmite y absorbe un setenta por ciento de la misma. Ahí, para iluminar, hay que echarle mucho arte y focos, aunque si hay suficiente presupuesto, el diseñador de luces se puede entregar en la creatividad; pero en el caso de una seda blanca, la luz incidente es reflejada en un 38%, transmitida un 71% y absorbida en un 0,01%. Es decir, el decorado verde, solo refleja el color verde y anulará todos los otros posibles del espectro que podrían ser vistos por el ojo humano. Por eso yo, en Los Cristianos, me visto de blanco, ¡evidente, porque así iré por la calle más fresquito!, ¿o no?; pero si tuviera que iluminar un decorado, ¡uff, qué problemón! El color blanco, refleja todos los colores, mientras que el negro los absorbería todos. Si sobre la retina inciden iguales cantidades de luz roja, azul y verde, vemos blanco; pero cuando solo inciden el rojo y el verde, vemos amarillo. Es decir, que cuando me visto con ropa blanca, en realidad voy de rojo, azul y verde (¡los tres colores de la bandera de Azerbayán!), pero el ojo humano los junta por igual y ve… ¡el blanco! (es broma, ¿eh?).

 

     En teatro, siempre dependerá del espacio escénico, del tipo de la obra, de la vestimenta de los personajes y del gusto del director e iluminador; pues no sería lo mismo iluminar la representación teatral de un Hamlet tristón y paranoico, del gran maestro Shakespeare, con su destructivo ser o no ser a las espaldas, que un montaje psicodélico y marchoso de la Lisístrata del genial Aristófanes, cuando las mujeres atenienses se vieron obligadas a domesticarles la sexualidad a sus maridos guerreros una vez que los dejaran sin caudales para hacer sus guerras. Aunque de todo se puede ver a partir de la milagrería de la luminotecnia, aún recuerdo aquella bella iluminación de El cerdo, que el gran Cuco Pérez Afonso trajo a la isla con un Echanove como único intérprete, mucho mejor actor entonces, por supuesto, que sus personajes televisivos…

 

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