La preocupación

    © Alberto Omar Walls

 

 

    ¿Quién no quiere vivir plenamente su vida día a día, sin permitir que se le hagan agujeros grùyer en la mente? Porque es lógico que aparezcan los pensamientos, pero también hay que saber dejar que desaparezcan, para que no nos afecten.

 

 

    Me desperté hoy con un obsesivo pensamiento, con una misma preocupación. ¡Cosa desagradable! Es como si ella te hubiese llevado a la cama, te hubiera dejado dormir en medio de tu cuento de hadas y, luego, en cuanto abriste los ojos se te hubiese plantado nuevamente en la sesera para incomodarte.

 

    Desde hace ya mucho tiempo no creo en la pre-ocupación. Es uno de los tantos vicios del pensamiento que me resulta innecesario y enfermizo. Pero un día, la vieja condición que creía en la preocupación como método de vida, reclama su territorio. No es ella, sino tú en lo profundo, pero lo digo así para entendernos…

 

 

     Y ahí has de estar como Observador de ti mismo, dispuesto a librar batalla. Sin dejarle descanso, porque sabe ella cómo colarse por cualquier resquicio que le dejes abierto. Así que practiqué la respiración continua, el agarrarme el dedo gordo de la mano izquierda con el puño cerrado de la derecha, pues ese dedo agrupa las preocupaciones, me ejercité en dejarla pasar sin presentarle lucha frontal, verla partir, pero… seguía ahí.

 

 

    Desayuné y volví a mi costumbre mañanera de leer. A veces buscas un texto y otras el texto te encuentra a ti. En un momento dado, leí lo siguiente: “No hay problema que deba preocupar y enfermarnos el ánimo, porque si tiene solución, ¿para qué te preocupas?, ¿y si no la tiene, por qué insistir?”

 

 

    Y mira que conozco la frase redactada en muchas formas distintas desde hace siglos, pero esta mañana tuvo la gracia sublime de actuar en mi bajo consciente con el valor de un mantra casi milagroso. Volví atrás en la lectura de todo el texto y me detuve solo en la sabida frase. La releí hasta la saciedad. La repetía como se hacía antes con las letanías. Luego, me aguardé en el silencio, y…

 

    ¡Ahhh, un sentir plácido me hizo liviano!, ¡la preocupación había desaparecido! ¿Cómo? Porque ya no había batalla, lucha ni guerra ninguna, solo la simple constatación de un fluir permanente de la vida que me advertía que nada es eterno. Ni los deseos, porque todo es efímero como tú mismo, o el poder y las ambiciones y posesiones, tampoco tus dolores, fantasmas y preocupaciones…

 

 

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