Dueño y señor

     © Alberto Omar Walls

 

     Está la costa bravía. Bajó la marea y un pequeño pez quedó atrapado en el hueco de unas rocas. Al principio se mueve inquieto buscando el océano libre aunque le fuera acechante. Pero él no conoce ningún peligro. Solo Es y tampoco lo sabe, en eso es superior a mí que lo observo.

 

    La represa natural donde nada inquieto, llena de agua de mar, la forma una rocalla de lava que se le estrecha formando el embudo que lo contiene. No entra ni sale más agua, y las espumas de las olas vecinas van descendiendo lentamente. En poco tiempo se acostumbra a navegar en su estrecha pecera natural como si estuviera a mar abierto. Al incidir los rayos del sol en la orilla, el pequeño cubículo muestra sus secretos multicolores donde navega totalmente libre y confiada la iridiscente y hermosa piel del diminuto pez. Se le ve espléndido inspeccionando hasta el último hueco y rincón de las paredes de la tosca lava.

 

     No podrá saber cómo entró ni qué fuerza superior a él lo hizo cambiar de rumbo en su vida. Debería quizá saber ya que nada es eterno, y que ahí, en ese mínimo territorio de agua salada, será el dueño y señor mientras el sol y la luna nueva sigan alineados provocando las mareas vivas.

 

     Al menos por unas seis horas…

 

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