© Alberto Omar Walls
Hoy colgué una de las tomas de vídeo que hice con mi iPad a dos helicópteros que tutelaron a un buque de la Armas, hará unos tres meses si acaso, desde alta mar hasta el puerto de Los Cristianos. También había otros barcos más pequeños situados a corta distancia, haciendo de nodrizas por si acaso el hecho fuera a más.
Son esas causalidades que ocurren, que no se pueden prever, salvo que ande uno conectado con el Presente más absoluto, ese que se dice que cabalga sobre el pasado y el futuro con la suprema agilidad de un maestro espiritual o la intuición de una excelente médium. Al parecer un camión que había embarcado en La Gomera, y venía en la bodega del buque, se había cargado de demasiada electricidad, por mucho corre ve y dile al trabajo del reparto, como nos ocurre a los humanos, y de ahí a veces nos vienen los estrés y las neuras; era esa que se queda estática y te pareciera que no está. Y, en un momento dado, sin corto ni perezoso, se retroalimentó de otras que en la bodega pululaban alrededor de los autos, camiones y traineras, y por sí sola se prendió fuego…
Me recuerda a aquel caso del gran bebedor empedernido que en un momento determinado se prendió fuego y desapareció, dejando un olor a chamusquina etílica en el ambiente; combustión espontánea creo que se le llama. Pero no había oído hablar que les ocurriera a menudo a los camiones, aunque sí recuerdo desde mi niñez ver a las furgonetas y camiones de entonces con una bandas de gomas colgarles de atrás, rozando casi el suelo, precisamente, ¡decía el vulgo, que todo lo sabe!, para que la toma de tierra los liberara de los posibles riesgos que aún envuelve a la sublime electricidad. ¡Oh, qué hermoso misterio: todo es y somos electricidad!
El apuro fue tremendo y la conmoción entre los muchos pasajeros que venían de La Gomera fue de escándalo. Pero, al parecer, se intervino con eficacia y responsabilidad y la cosa quedó en un tremendo susto. Los helicópteros se mantuvieron al quite como dos buenos guardianes durante una hora. Cuando pasaron por mi ventana, yo estaba casualmente escribiendo sobre la vida después de la vida, y oí unos runruneos nada habituales, por lo que me asomé al balcón con mi iPad y grabé la operación de tutela, acercamiento y atraque; desde la lejanía, también es verdad, pero a mí me atraía sustancialmente aquella danza casi estática de los autogiros en el cercano cielo, a pocos metros de los postes de la luz, como estática sería la electricidad del camión que combustionó en un imprevisto acto de protesta.
Me gustó sentir ese juego social de la protección y tutela que se ejercía desde lo alto, como en un sublime empeño de concederle a nuestros actos humanos una eficacia primordial quizá solo atribuible a la divina Providencia.
Por todo esto que cuento, y quizá algo más que no quiero decirles ahora, hoy colgué esas imágenes en mi Facebook; y ahora las justifico con juego de palabras que acaban de leer… Ah, y decirles a quienes quieran visionar el pequeño vídeo que han de entrar en mi cuenta de facebook, porque aquí no me es posible colgarlo.