Ladrón de Amor

    © Alberto Omar Walls

 

    Tengo un personaje de la novela que ahora escribo que se está definiendo paso a paso como un ladrón de Amor. No me refiero a los simples actos de los muchos ciegos de afectos que pueden estar a diario manipulando a la gente para conseguir sus beneficios, sea lo que sea que quieran obtener de quienes están a su alrededor. Esos, claro está, picotean de aquí y de allá por la gran falta de autoestima que tienen y, llegado el caso, roban afectos cotidianos. Esos no llegan a ladrones, sino que se quedan en el estamento anterior asignado a los parásitos del afecto. Claro está, a la larga estas prácticas para quienes los acompañan pueden hacerse muy molestas.

 

    Pero el personaje al que me refiero ya ha pasado de ese nivel, y está cayendo más y más abajo. Se le observan toques evidentes de la ira, la intransigencia, ostenta la vanidad como autodefensa y vestimenta, también la envidia que, aunque lo destroza, la encubre con un lenguaje crítico muy inteligente. El enfado y estrés los utiliza en el diálogo con habilidad e, impulsado por una inseguridad oculta, junto al resentimiento y la gran memoria para todo lo pasado, hace que tanto él como quien está a su lado vivan en tinieblas.

 

    Eso es muy serio, porque nos movemos en el terreno de la atávica gran dualidad: Luz y Oscuridad. Yo lo dejo que siga así por ahora, con su conciencia dormida, porque me vale para crear la oposición con otros personajes. Así surgen los conflictos y la historia que intento narrar se moverá rápida y profunda. Como la vida, que es dinamismo. Otra cosa son los dolores, heridas y cadáveres que dejará a su paso, pero el escritor trabaja con seres humanos de cartón piedra… y metáforas. Sé que cualquier transformación ha de ser producto de un acto de volición, pues la voluntad de ser y constancia juegan un papel importante en los cambios. Abrirse a la Luz, quizá, pero si no cree en nada ni en sí mismo, ¿qué hacer?

 

   Los ladrones de Amor roban las energías vitales de los otros, y la razón profunda de por qué lo hacen es que están desorientados, andan en tinieblas. Pero la cuestión es que si quien esté a su lado ha encontrado su propio camino interior, y vive con claridad de conciencia, los trasvases de energías para mantener encendido al ladrón, son agotadores. Están sustentados en las cosas externas, a las que les conceden, equivocadamente, valores imperecederos. No se trata solo de robar los dineros, como los banqueros y políticos aviesos, que estos lo tienen muy claro, sino que aquellos personajes no saben en realidad que viven sin valores internos, sin conciencia porque hasta pueden llegar a creerse honestos. Es este dislate interior, tan contradictorio, el que los transforma en ladrones de Amor.

 

   Voy a intentar, ¡a ver si lo logro!, poner a mis personajes frente a frente en un momento crucial, desvelándoles sus argucias y mentiras. Pero qué difícil es conseguir que se vea a sí mismo en el espejo de la Conciencia (porque la tiene dormida). Ahí he de ser muy hábil, porque si lo ofusco, se enquista y se oculta como un caracol. También, llegado el caso, si no aprendiera de sus propios errores, lo puedo hacer desaparecer, disolviéndolo en la Nada de papel impreso…

 

  El ladrón de Amor, como personaje de ficción, necesitará encender luces a su alrededor. Pero será siempre una luz artificial, no un fuego interno, que le naciera de adentro hacia afuera. Estará tan dormido, tan muerto, tan frío en lo profundo, que actuará a veces como un autómata, sonámbulo o zombi, porque en realidad los de su clase son muertos que aparentan vida, porque no están conectados con el hálito de existencia.

 

   Convivir con un ladrón de Amor debe ser muy difícil. Ah, y observé ayer que también empezaba a esgrimir el victimismo; lo habrá aprendido del ciego de afectos. Pero los otros personajes ya no le creen; es lógico…

 

 

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