© Alberto Omar Walls
Un amigo mira a su hijo y, con evidente desaliento, me dice: ¡no sé qué más hacer por él! Como es lógico, yo callo, no faltaría más. Miro al cielo, veo los rayos del sol que me caen a plomo sobre la piel y cierro los ojos, porque mi vista no aguanta esa Mirada tan potente. El hijo se va y el padre queda rezongando y meditabundo. Yo me voy, porque sé que solo entiendo de libros; y no de todos los libros, porque la Tierra es una biblioteca inmensa, ¡infinita!, de experiencias. Callo, porque sé que mi amigo no espera ningún consejo de mí, porque da por hecho que solo entiendo de personajes que viven en historias, que son ficciones y… porque tengo falta de compromiso con las cosas esenciales de la existencia.
Si la vida te da hijos, vive la experiencia; si no te los diera, no te empeñes en ser padre o madre: dale una patada al instinto animal y permite que las cosas sean como deban ser. No digo que deseches las posibilidades del momento en que vives, despreciando la medicina o las adopciones, porque tenemos derecho a aprovechar los avances del presente. Me refiero a que no te encones como una uña en el dedo del pie: abandona tu enojo y tu complejo de mujer u hombre estériles. ¡Hay tantas cosas hermosas por crear en la vida, que no necesariamente el hijo que no tienes o no vas a tener ha de impedir tu movimiento!
La vida es un canto diario a la experiencia y la acción, a tu compromiso y aprendizaje; porque nunca se deja de aprender: de los niños o los ancianos propios o ajenos, del malo y el buen prójimo, de las experiencias nefastas o de aquella que colmó tu día de hoy de risas y abrazos. Pero si la Vida te ha dado un hijo, bendice cada día y cada momento que te haya llenado tu alma con su alma, o cuando tu corazón se ha podido sentir ahíto de ternura al tenerlo entre los brazos... aunque solo haya durado un Instante.
Hace muchos años que leí una frase de José María Pemán, ese no tan mal poeta gaditano engolosinado con el régimen, en la que decía que un hijo es una interrogación que se lanza hacia el futuro. Me gustó la frase, por realista u ocurrente, y la guardé en la memoria, porque corría la época de mi vida en la que afirmaba que traer un hijo a este mundo era una barbaridad, ya que colaboraba no sólo en el terrible caos que aqueja a la humanidad, sino que con ello atraía a un ser nuevo a la Tierra, territorio de la experiencia de guerras, conflictos, destrucción y muertes. El panorama de nuestro espacio terráqueo no ha variado en cincuenta años, lo que no impide que podamos contabilizar a la población mundial, en el momento en que esto escribo, en 7.274.412.980 de habitantes. Te sugiero, si tuvieras curiosidad, en que observes, sin que caigas en el vértigo, el movimiento incesante en décimas de segundo del incremento poblacional mundial en tiempo real, en la siguiente página web: http://www.worldometers.info/es/
Y, una vez que lo hayas hecho, también, si tienes tiempo y paciencia, para terminar mi reflexión de hoy, échale un vistazo a este poema del libanés Ŷibrān Jalīl Ŷibrān [Kahlil Gibran], quien fuera en vida no solo poeta, sino pintor, ensayista y novelista, y el sorprendente autor de, entre otros títulos, de ese extraño y genial libro titulado El loco.
El poema se titula Tus hijos no son tus hijos, y dice así:
Tus hijos no son tus hijos
son hijos e hijas de la vida
deseosa de si misma.
No vienen de ti, sino a través de ti
y aunque estén contigo
no te pertenecen.
Puedes darles tu amor,
pero no tus pensamientos, pues
ellos tienen sus propios pensamientos.
Puedes abrigar sus cuerpos,
pero no sus almas, porque ellas,
viven en la casa del mañana,
que no puedes visitar
ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos,
pero no procures hacerlos semejantes a ti
porque la vida no retrocede,
ni se detiene en el ayer.
Tú eres el arco del cual tus hijos,
como flechas vivas, son lanzados.
Deja que la inclinación
en tu mano de arquero
sea para la felicidad.