La herencia literaria del tío Luis


        © Alberto Omar Walls

 

     No entiendo la manía de celebrar los fallecimientos. Me gustan más los nacimientos; al menos mientras estemos en la Tierra. Así que si Góngora nació el 11 de julio de 1561, aún estoy a tiempo de celebrarle sus 454 años, aunque sea como lo haré a continuación. Sé que hace ya muchísimo de esto, pero Góngora nos habría dejado un gran legado literario con sus obras en prosa, de haberse publicado...

 

      Pertenezco al preuniversitario del Polifemo [Fábula de Polifemo y Galatea, poema de 63 octavas reales, basado en un pasaje de las Metamorfosis de Ovidio], por lo que don Luis de Góngora y Argote fue nuestro dolor y placer, al tiempo que me transmitía los primeros conocimientos metafóricos de manos de nuestro gran profesor don Chano Sosa. De ahí, quizá, mi gusto aún por la poesía de tendencia algo críptica, aunque en la llana tengo alguna consideración cuando se refiere a poetas de auténtica y gran raigambre popular.

 

      Don Luis, en su testamento de 1626 terminaba cediéndolo todo a su “alma”, más tiene una componenda futura en el mismo año donde asigna a su sobrino Luis de Saavedra y Góngora responsable y usufructuario de toda su obra, tanto poesía como prosa: ¡aquí está el intríngulis de la perplejidad de los sociólogos de la literatura! ¿Qué ocurrió al fin?, porque si la hubo, no está… Muere en 1627, un año después, fecha que dará lugar, 300 años más tarde, a la denominada Generación del 27, que es cuando se reúnen en el Ateneo de Sevilla unos jovencísimos poetas de la república española, con cuya denominación harían alusión al año en que se reúnen y falleció el gran poeta barroco. Con su homenaje se conjugaban poetas tan geniales, pero muy distintos, como Federico García Lorca, Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Emilio Prados, Miguel Hernández, Max Aub, Fernando Villalón, José Moreno Villa, León Felipe, Pedro García Cabrera… [como se verá, no me ando con chiquitas a la hora de incluir nombres en la lista; lo creo de justicia literaria e histórica].

 

      Siguiendo con el rastro de la posible prosa que nunca apareció, decir que, al parecer, su sobrino no cumplió el ofrecimiento hecho por el escritor desde el Más allá; ¡cosas que les ocurría a los escritores ya desde entonces! Porque si el 29 de marzo de 1626 había dejado como heredera universal a “su alma”, en la nueva escritura fechada el 1 de noviembre de 1626, cinco meses después, donaba toda su obra a su sobrino, a quien un año antes había criticado con gran dureza en sus cartas, y además revocaba cualquier escritura contraria, comprometiéndose a su vez a no revocarlo por testamento, ni otra escritura, ni tan siquiera alegando falta de bienes para sustentarse o ingratitud por parte de su sobrino. Misterios del pasado y las familias…

 

   ¡Ahí es nada!, ¿adivinar qué tuvo que haberle ocurrido al sobrino para despreciar, o dejar en papel mojado, la herencia literaria del tío Luis? Como en ese segundo documento ante notario decía que le lega las obras “así en poesía como en prosa”, nos da pena comprobar que no ha quedado constancia impresa de las supuestas obras en prosa de las que habla el autor en su último testamento, porque incluso algunos investigadores han llegado a “insinuar” que pudo haberlas perdido su sobrino Luis de Saavedra, el cual, ¡parece!, no llegó en ningún caso a querer cumplir con el deseo del poeta, pues ni siquiera figuran en parte alguna las peticiones de licencia a su majestad, obligada entonces, para imprimirlas y luego gozar dinerariamente de su posible venta. ¿Que las vendió anónimamente a quién mejor se las pagó y así el poeta universal quedaba nominado poeta por siempre y no narrador? ¿Eludió riesgos para que el tío Luis no fuera vituperado por las terribles plumas ácidas de la época? ¿Quizá el sobrino metido a crítico literario, las destruyó? ¡Qué cosas!, ¿verdad?, no solo los huesos se hacen polvo y olvido, también la literatura…, como todo tarde o temprano.

 

    Recordaré aquí una de sus hermosas coplillas que a buen seguro las gente sencillas entonaban por la calles y cantaban en las tabernas en medio de ese abigarrado y festivo pero, también como este, medio enfermo siglo XVII español.

 

Ándeme yo caliente y ríase la gente.

 

Traten otros del gobierno

del mundo y sus monarquías,

mientras gobiernan mis días

mantequillas y pan tierno,

y las mañanas de invierno

naranjada y aguardiente,

y ríase la gente.

 

Busque muy en hora buena

el mercader nuevos soles;

yo conchas y caracoles

entre la menuda arena,

escuchando a filomena

sobre el chopo de la fuente,

y ríase la gente.          

 

Coma en dorada vajilla

el príncipe mil cuidados,

como píldoras dorados;

que yo en mi pobre mesilla

quiero más una morcilla

que en el asador reviente,

y ríase la gente.          

 

Pase a media noche el mar,

y arda en amorosa llama

Leandro por ver su dama;

que yo más quiero pasar

del golfo de mi lagar

la blanca o roja corriente,

y ríase la gente.          

 

Cuando cubra las montañas

de blanca nieve el enero,

tenga yo lleno el brasero

de bellotas y castañas,

y quien las dulces patrañas

del rey que rabió me cuente,

y ríase la gente.

 

Pues amor es tan crüel,

que de Píramo y su amada

hace tálamo una espada,

do se junten ella y él,

sea mi Tisbe un pastel,

y la espada sea mi diente,

y ríase la gente.          

 

[Notas: Es mejor leer hoy a Góngora con alguna aclaración; por eso aquí estas notas:

Las píldoras medicinales se "doraban" con azúcar para mejorar su sabor.

"Quiero más", es prefiero.

y [tenga] quien me cuente...

Filomena, es el ruiseñor.

Leandro cruzaba a nado el Helesponto cada noche para ver a Hero.

La bota de vino (blanco o tinto).

Píramo creyó muerta a Tisbe y se atravesó con su propia espada, luego Tisbe lo halló muerto y se la clavó también: así la espada fue el tálamo donde los amantes se unieron.]

 

 

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