© Alberto Omar Walls
Antes se decía que la forma poseía siempre un fondo, en clara alusión al contenido que esa forma comunicaba y que eran inseparables. Y a ese binomio nos ajustábamos. Es posible que se haya perdido esa relación de valor intangible y que solo vivamos hoy en un universo globalizado de formas, que se fabrican, publicitan y venden. Por el solo placer de ganar dinero, ¡mucho dinero! Y el propio dinero no como un elemento metafórico que aludiría siempre a un valor conducente a conseguir un bienestar social y la igualdad entre los individuos; no, claro está, ahora mismo la forma dinero se ha disparatado en sus alcances y ya no alude a ningún bien social que permita la felicidad y el trabajo de los humanos. Hoy, el dinero, es una metáfora sin contenido social. Si tenemos en cuenta que la mitad de la riqueza mundial está en manos del uno por ciento de la población [unos 110 billones de dólares o 81 billones de euros], y la otra mitad se reparte entre el noventa y nueve restante [hagan la cuenta a partir de los datos de hoy de la población mundial: 7.331.032.400], comprenderemos fácilmente la falta de contenidos sociales de la variable dinero. Y sabemos que la desigualdad económica mundial la propician los grandes poderosos de los mercados oligopólicos, apoyados en los Bancos, quienes, a su vez, tienen agarrados por los gaznates a los gobiernos. ¿Por qué habría de extrañarnos que los nuevos mensajes políticos hablen de cambios drásticos formales en el rumbo de esta sociedad globalizada, cada vez más empobrecida?
El gran Apuleyo, el autor de la única novela de corte picaresco greco latina antigua, titulada El asno de oro, decía en el II d. C., que no había ya nada nuevo bajo el sol que valiera la pena narrar. Es decir, que todo estaba ya dicho. La verdad, si nos tomáramos absolutamente en serio esta opinión no escribiríamos ni una línea más. ¿Pero qué cosa es la forma? ¿Todo lo que se crea se reduce a la forma? Sé que en un relato no es lo importante la historia, sino cómo se cuenta, por tanto, su forma y estructura. ¿Pero puede concebirse hoy día una obra de arte sin contenido, solo hecha con forma? Sí, que sí, sí se puede y se hace; no obstante, en cuanto un espectador o lector intervienen, surge, desde la interpretación, un contenido o idea… En el viaje de ida y vuelta entre artista-espectador o lector, intervienen inevitablemente los subjetivismos. Ya se demostró hace años con el magnífico libro Los hijos de Sánchez, del antropólogo Oscar Lewis, pues aunque advertía de que “los textos son reproducción de grabaciones directas y versiones taquigráficas”, levantó multitud de críticas por cuanto se entendía que la forma, supuestamente pura, al tener un intermediario, la grabadora y el transcriptor, adolecía de manipulación o subjetivismo.
En el librito minúsculo titulado El cine, escrito por Luis G. de Blain, leí hace años estas frases muy significativas: “Para Marnau, Chaplin o Eisenstein una película no consistía en ’contar una historia’, sino en componer y guiar, con un ritmo determinado, imágenes significativas e irreductibles, de las que podría nacer un tema, unos personajes y unos episodios coherentes. (…) Cuando volvemos a ver películas de aquel entonces, observamos, al propio tiempo que su ingenuidad, una ruptura fatal entre lo que el director quiso decir y lo que en realidad dijo: la idea (o el sentimiento) da vueltas tristemente en torno a la forma, tratando en vano ajustarse a ella.” Luis Gossé de Blain fue escritor, guionista radiofónico y fue el autor de los guiones de estas películas: El blanco, el amarillo y el negro, Detrás del silencio, Blanca por fuera y rosa por dentro, Enseñar a un sinvergüenza, Las siete vidas del gato, Las hijas del Cid, La boda era a las doce, Palmer ha muerto, Las tinieblas quedaron atrás, La mansión de la niebla…
Sabemos que no debemos confundir las formas en el arte con los formalismos o esterotipias que los distintos movimientos artísticos imponen a los creadores. Por ejemplo, ser consecuente con un género cinematográfico o literario, no implicará que su autor se limite a copiar clichés del pasado ya usados hasta la saciedad por otros que hicieron historia. Por eso, en parte (y por otras cosillas) no me resulta muy agradable la moda última en la que todo el mundo escribe novela negra como si eso fuera meterse, en un taller de costura, a cantar y coser. ¿En arte la forma es lo principal?, sí, que sí… pero sin olvidar la idea, por tanto el contenido… ¡Pero claro que sí, todo es forma! ¡Y qué complicado resulta ser novedoso, auténtico y hondamente creativo en las formas, si además todo el mundo las usa…!
Pero retomemos el comienzo del discurso: todos los productos, sean intangibles o reales, necesitan de una conjunción de esfuerzos, de una cooperación de especialidades suficientemente estructuradas, para que puedan llegar, a través de gigantescas campañas de comunicación transnacionales, a sus consumidores. Para ello se han creado complicadas redes industriales donde participan simultáneamente individuos multinacionales que aportan sus trabajos. El hombre mismo, por supuesto, también es un producto al que afectan las leyes del mercado globalizador. El hombre, visto como producto, se fabrica, se vende y compra, se difunde y televisa, se copia, se destruye y recicla... Cuando la globalización tiene un fin último basado en la solidaridad, ¡qué bien!, pero la globalización atiende sobre todo a las leyes del mercado y la solidaridad será siempre sustituida por los dividendos oligopólicos del amo anónimo sentado ante una larga mesa de uno de sus consejos de administración, mientras el resto se debate entre la pobreza y el ansia de imitar a una burguesía económica cada día más debilitada.
Los gobiernos han perdido las formas…, porque se ponen del lado de los que crean las crisis y acogotan a los ciudadanos creándoles, además, complejos de culpa. Un buen ejemplo de elaborar las formas, sería redactar y publicar, para el conocimiento de todos, un coherente Plan Estratégico de la política que vaya a desarrollar en los próximos cuatro años (basado en evaluaciones que prevean tanto la eficacia como la eficiencia y la efectiva). Un Plan Estratégico es como la brújula en el campo, tiene la capacidad de mostrarnos hacia dónde se dirigen las formas productos de sus acciones, y sus contenidos, a corto y largo plazo.
¿Por qué un nuevo gobierno siempre da por hecho que, tras las elecciones y los pactos, se le cede una a manera de patente de corso para improvisar día a día sus objetivos? Normalmente esperan a tener redactados los presupuestos para luego mover los dineros por casi todos los espacios. Un Plan Estratégico no podrá ser nunca un simple formalismo para lavar caras y darse prestigio, tendrá que ser la primera carta formal que dé guía y naturaleza a sus realizaciones futuras.
Pero hay que tener las cosas claras, y cuando se tienen ellas sobre el papel bien diseñadas, el camino se vuelve fluido. Ese es el poder de la Forma, lo que dará vitalidad y credibilidad a sus actos sociales. Pero ello los obliga a conocer el territorio humano y geográfico en su totalidad, y eso lleva su tiempo y mucho esfuerzo…