© Alberto Omar Walls
Vi detenidamente, y admiré, esta misma mañana la genial exposición titulada El mundo de Yamil Omar, que se halla expuesta en la Art Gallery Yamil Omar del Hotel Columbus, en Playa de Las Américas. Se dice en el programa de mano, que “Yamil Omar es uno de los artistas canarios más universales; de familia de escritores y poetas, optó por las artes plásticas y el cine. Fue el impulsor del desarrollo artístico en Arona. Su obra no ha parado de evolucionar, desde los esculto-injertos de la década del 70 a formas onduladas, oscuras, expresionistas, que a veces se vuelven naïf, formas torturadas y, otras veces, libres y coloristas.”
Como sea que los genios lo son normalmente desde hace mucho tiempo, y bastante antes de que ellos mismos se den cuenta de su valía, hace ya algunos años, analizando en profundidad su pintura, di en escribí el siguiente texto del que sigo estando por completo de acuerdo. Y observo que es este un buen momento para recordarlo. Dice así: La libre expresión plástica del gran artista que es Yamil Omar puede conllevar parte de las mismas ilusiones de super libertad expresiva que han utilizado prácticamente todos los movimientos románticos de los últimos doscientos años. Discurramos las miradas sobre el sillar enjalbegado de los paramentos donde se asientan las obras de Omar, para constatar que en su estético volver al seno de los primeros brotes de la libido humana halla significado la explosión colorista cuajada de elementos icónicos, supuestamente indiferenciados, que balancean sus cuerpos estilizados sobre un terso alambre: punto divisor de los dos grandes mundos tenidos por el interior y exterior del artista.
Fuentes de colores, tanto sincréticas como analíticas, están a disposición del artista adulto, quien conjuga en su historia personal todas las primeras infancias que subyacen en su hombre actual: espacio donde arte concreto o abstracto expresan sus aspectos fantásticos. Se irrumpe, no obstante, en medio de una sincronía abstracta, colgándose en el vacío aéreo, dinámico, que también se cuela por los intersticios de las formas indiferenciadas que los colores de existencia cristalizan en el cuadro.
Sería asaz ingenuo tener que justificar el genuino arte emergente de las paredes de cualquier caverna infantil, tanto como negarle al cuadro, bidimensional, su profunda vocación volumétrica. Lo quiso redescubrir la fotografía en claros y oscuros, pero lo ha estabilizado el cine, a fuerza de invertir sumas ingentes para llenar la vaciedad de la pantalla acercándola a la realidad alcahueta del espectador con oídos tipo dolby, enamorado pasivo de una butaca.
Lo indiferenciado puede ser simbólico, a través de donde se cuelan todas los intentos de interpretación: primero Freud y luego Yung -con más compasión por el ser y su sexualidad creativa que se expresa a veces a dentelladas y contracorriente. También aquí, en la obra de Yamil Omar, se encuentran símbolos en la misma proporción que hemos de aceptar el carácter liberador -¿demiúrgico?-, pero sobre todo catártico de su acto de crear, dejándose ir en la conjunción simétrica de elementos tan antagónicos y primarios como el macho y la hembra, la muerte y el sexo, la tierra y el aire, el rostro en el espejo y la nuca que no verás nunca... Pero Yamil no tiene una postura neutral. Desde hace años alarga las figuras, aunque inspiradas por la espontaneidad, implicándolas en un territorio que se nos imagina casi sin fronteras. El tratamiento de las formas, a veces encerradas en los cubículos aparentemente amenazadores; el sublime sentido del humor; los pequeños detalles que sólo la inteligencia muy sutil los descubre; y el juego permanente, junto a la provocación a la participación, ¡todos!, todo va más allá de la sorpresa...
Siempre la sorpresa, advirtiendo de la expresión de un espíritu colorista que se autodestruye para recomponerse desde el vacío concentrado en el baúl inesperado, en una nada pintarrajeada, en un objeto-sujeto no muy alejado de su profunda autenticidad, de su verdad más primigenia.
Parte de la genialidad de Yamil estriba en hacernos creer que lo que hace en el diario trabajo de estudio, y nos muestra luego en sus formas cuajadas de colores, es un simple juego de niños. A ese supuesto engaño de apariencias, jugaron también en su momento, entre otros muchos sabios, el gran Picasso o el travieso Miró.
En verdad, nunca se vuelve al principio, porque es un territorio que jamás se abandona. El artista sabe ejercer el patriciado especial de enhebrar con maestría, y desandar laberintos cifrables, sólo a través de sus códigos. Dédalos con que nos ofrenda sus hallazgos estéticos, desde el gran placer de la obra adulta, erotismo batallador pero también sublimado. Si lo recordamos a tiempo, y no nos ponemos nerviosos, todos sabremos que sólo se puede salir del laberinto por el centro...
La actual exposición está abierta al público en la Art Gallery Yamil Omar del Hotel Columbus, de Playa Las Américas, Arona, Tenerife [Avda, Santiago Puig, 8 –Tfno.: +34922793250].
¡No se la pierdan!, ¡es absolutamente genial!