© Alberto Omar Walls
Mientras el profesor más instruido y hasta con mayor honestidad docente siga enfrentándose a la educación del alumnado, del nivel que sea, solo con el deseo o intento de que el aprendiz acumule los conocimientos que se plasman en un currículum, va perdido… Y así ha ocurrido durante décadas en nuestro país, en el que cada partido político que sube al poder se acaba creyendo con el derecho a destrozar la generación de jóvenes que le ha tocado en suerte.
Mi generación, y muchas que me siguieron, fueron víctimas del mal uso entre la fauna variopinta de profesores, de la magnífica e ignorada glándula amígdala. Preparada para actuar rápido en muchísimos casos cotidianos -entre ellos, el de huir y el de atacar ante los peligros-, estuvo manipulada y machacada a través del castigo y el terror generalizados, hasta conseguir que su función durante generaciones se supeditara entre los alumnos a la astuta fórmula de salvar el culo como fuera, es decir, impedir que le suspendieran.
Claro está que el profe no tiene la culpa…, pero sí muchas responsabilidades humanas. La culpa es del sistema, pero la norma no es inocente, porque generaliza las equivocaciones y los miedos, y, con su estolidez, al final, los instituye: ¡terrible pes(c)adilla que se muerde la cola!
Se trata única y exclusivamente de crear el espacio idóneo para que, al tiempo que crece el joven aprendiz de lo que sea, su conciencia de sí se vaya interrelacionando creativamente con el entorno. Teniendo como ya tiene prácticamente toda la información al alcance de la mano, poco ha de hacer un educador, apenas conducirle con Conciencia, y enseñarle a re-conducir su vida y sus emociones según las circunstancias, y usar sus infinitas capacidades con las que la madre naturaleza le facultó y encerró en su par del ADN humano.
Abrirle al universo ignoto es lo único que tiene que hacer, y prepararle para ser creativo ante los hechos cotidianos de la vida… Y enseñarle a ser una auténtica palanca que actúa casi sin esfuerzo.
Lo del mono cien viene a cuento del llamado experimento de la teoría de la masa crítica y el centésimo mono, donde se demuestra que una habilidad aprendida entre individuos de una misma especie, aunque apartados en el espacio, se extiende una vez se alcanza un número crítico de iniciados.
No tengo la fotografía del momento, pero corría un mes de 1969 y en Madrid conocí en su casa al gran Max Aub, ese magnífico escritor ninguneado durante muchos años. Fernando Delgado me dijo, en uno de mis viajes de entonces, vamos a conocer a Aub. Yo me quedé sorprendido y alentado, pues lo admiraba por su obra teatral desde hacía tiempo. Un exiliado de esa categoría no era fácil escuchar de viva voz en aquellos momentos. Después de tan largo exilio el régimen franquista sólo le permitió regresar una vez más, en 1972, y al poco murió. Pero a lo que iba: fue una tarde entrañable y nos congregamos cinco jóvenes alrededor del maestro Aub para escucharle. En una de esas, se quedó mirándonos dulcemente y dijo muy suave, como si estuviera hablando para los adentros de su Conciencia, denme diez jóvenes como ustedes y moveré el mundo. Lógicamente, aquellas palabras más que el hondo recuerdo de los sabios Siracusa y Arquímedes me sonaron a piropo dirigido a nuestra juventud y empuje, pues estábamos en plena efervescencia universitaria exigiendo del régimen tanto un verdadero estado de derecho como de cultura. Y ambos no eran posibles sin unos cambios radicales. Nosotros podíamos ser la palanca que moviera el barco de Arquímedes; y es cierto que la universidades jugaron un papel importante en el inicio de propiciar los cambios. Se le notó la magua en la mirada, porque imaginaba que no viviría para conocer esos ansiados cambios desde que tuvo que exiliarse treinta años atrás.
El fenómeno que postula la teoría del mono, la teoría de la masa crítica y el centésimo mono, nos permitió crear a una gente joven nueva con conciencia activa. Y la conciencia, entendida de la manera que lo planteo, es conocimiento al margen de la intencionalidades políticas de cada uno y cada momento.
El conocimiento hace que la rueda y los carros se muevan, pero el conocimiento no tiene nada que ver con la enseñanza…, es otra cosa.