PEDRO GARCÍA CABRERA (1905-1981).
Su Transparencias fugadas consta de 22 poemas, pero aquí sólo he recitado cinco. Pedro me dedicó su hermoso libro el 8 de mayo de 1974, en una de las muchas y animadísimas reuniones en casa de Eduardo y Maud Westerdahl (precisamente un día muy señalado para mí). Los jóvenes que allí estábamos bebíamos gozosos de los conocimientos estéticos de nuestros “abuelos literarios” (además de otras bebidas menos espirituosas). En mi caso, muy sorprendido por comprobar que el poeta hubiese alcanzado tan altas cotas de calidad ya desde sus dos primeros libros. En esas fechas cercanas en que me firmaba el libro cumpliría los setenta años, pues nació el 19 de agosto de 1905 en Vallehermoso de la Gomera, y ya había publicado Día de alondras (1951), La esperanza me mantiene (1959), Entre cuatro paredes (1968), Vuelta a la isla (1968), Hora punta del hombre (1970), Las islas en que vivo (1971), y editaría en los siguientes años Elegías muertas de hambre (1975), Ojos que no ven (1977) y Hacia la libertad (1978).
Este maravilloso texto surrealista, Transparencias fugadas, era su segundo libro, lo editó en 1934 pues su primer libro, Líquenes, un lustro atrás. En aquellos años en que escribe La rodilla en el agua y Dársena con despertadores se une a otros escritores e intelectuales y editan esa magnífica e irrepetible revista literaria y estética, titulada Gaceta de Arte (1932-1936), y, aunque se publicaba en Tenerife conectó muy pronto con las vanguardias europeas, por supuesto, con el surrealismo. Es bueno saber que nuestro poeta, como otros que en la Península desarrollaban su obra y pensamiento, y que constituyeron la que se dio en llamar Generación del 27, le daría gran importancia a la tradición oral, lo que queda patente en palabras suyas como estas: “el acercamiento del poeta al pueblo le proporciona un vivo material de imágenes que por su desnudez y belleza expresivas tienen un vigor actual y permanente, y son capaces de dar una poderosa fuerza comunicativa a las formas de poesía más cultas y refinadas”.
A la tradición oral se le puede unir la forma coloquial, aunque no es un poeta popular, como tampoco lo fuera García Lorca, sino un magnífico acoplador de los modelos vanguardistas que en su época se extendían por toda Europa con los imaginarios subyacentes en las hablas del pueblo, como instrumento de comunicación social profundamente humana. No en vano la generación a la que pertenece cuenta con nombres que también concitan ese esfuerzo creativo. Recordemos que aquí, en las Islas, estuvo creando un buen y genial grupo, aunque solo citemos ahora a Emeterio Gutiérrez Arbelo, Pedro García Cabrera, Eduardo Whesterdhal, Domingo Pérez Minik, Domingo López Torres o Agustín Espinosa…