DOS LIBROS DE AMPARO WALLS HERNÁNDEZ:

MARIPOSAS DE PAPEL Y PÁRRAFOS DE LA MEMORIA

 

SUS ESCRITOS TESTIMONIAN EL SANTA CRUZ ANTIGUO DE LOS AÑOS VEINTE Y TREINTA DEL SIGLO PASADO

 

   Amparo Walls Hernández es la autora un tanto tardía de dos bellísimos libros titulados Mariposas de papel y Párrafos de la memoria (Ediciones Idea), pues comenzó a escribir a partir de los noventa años cuando tenía ya mucho tiempo para recordar, y, como conservaba intactas la lucidez y la memoria, decidió editar sus memorias juveniles, donde el ya casi olvidado y antiguo Santa Cruz de los años veinte y treinta, recobra protagonismo. Nos lo contó hace cuatro años, ¿para qué escribir a los noventa y dos años?, ¿para qué…? Y se contestó: pues para experimentar muchas sensaciones dormidas, darle movimiento al cerebro y voluntad al vivir. Pero sobre todo para regalar a sus hijos, nietos, bisnietos, descendientes y lectores estos ramilletes de aromas del pasado, este airecillo fresco que tanta falta nos hace en nuestro mundo revuelto y tan falto de valores... Y para que con los sabores y los olores de otras épocas recuperemos la ternura que aún late y parpadea en nuestro interior haciendo resurgir el familiar y entrañable tesoro de ideas e ilusiones. 

 

 

  E insistió en la pregunta la autora de Mariposas de papel, ¿porqué este tiempo de memoria?, y se contestó a través del prólogo del libro, porque tiene ahora mucho tiempo para pensar y recordar. Supongo que les ocurrirá lo mismo a todas aquellas personas que ya no tienen las mismas fuerzas físicas para ocuparse y preocuparse de las muchas cosas de la vida cotidiana. He sido un ama de casa con todas las consecuencias además de gestar, parir y cuidar a mis seis hijos. Pero al mismo tiempo trabajé siempre en la tienda con mi esposo.

 

   Mi gran satisfacción fue tener contento a quien era mi pareja y educar de la mejor manera a nuestros hijos. Cuando se te va el compañero de toda la vida, se te produce un hondo vacío y comprendes entonces que una gran parte de la vida la has dedicado a los demás. Por eso, con el tiempo, aceptas que el enviudar te ha permitido entrar en la vejez preocupándote un poco más de ti misma. Cociné a diario hasta hace muy poco, pero apenas unos tres años atrás decidí que no volvería a cocinar nunca más. No fue un capricho, sino que constataba la imposibilidad de estarme de pie firme delante de la cocina mientras hacía las frituras o comprobaba bullir los guisos en los calderos. Desde entonces cocinan mis hijas Marita y Amparo, también Mari o Yolanda, la señora que me acompaña.

 

    No es que me considere inútil, pero ya no soy la misma de antes. Aunque el cuerpo no me responda y se manifieste rebelde expresando desde hace tiempo sus inconformidades y desajustes a través de los dolores, yo me siento aún por dentro como si fuera una jovencita, llena de ideas e ilusiones. Debido a la diabetes, las piernas se me han ido poniendo torpes hasta que ahora me cuesta mucho moverme por mí misma, aunque ayudada con el traca-traca sí que puedo desplazarme con cuidado por toda la casa. No sé tanto si es físico o mental, pero reconozco que el temor a caerme me hace prudente. Salgo poco en otoño e invierno a la calle, por miedo a los cambios de aires, y porque a la primera de cambio cojo resfriado o bronquitis, ambos con la misma facilidad. Por eso digo que tengo más tiempo ahora, obligado, para pensar y recordar. Y cuando te vienen los recuerdos del pasado, una y otra vez, sorprende darte cuenta que a veces los sientes tan vivos como si los experimentaras de nuevo.

 

     Aunque creo que escogemos aquello que deseamos revivir. En su mayoría son escenas pacíficas y nobles las que me vienen a la memoria, quizá porque las otras que me resultaron desagradables ya están olvidadas o perdonadas y disueltas en el ancho mundo del pasado, de lo que ya no existe. Pero si aquí me he decidido a recordar en alta voz algunas, es porque las tengo muy superadas y las expongo porque forman parte de la cara y el envés de mi larga vida.

 

 

    Me agrada sentir la sensación de que he sido feliz a lo largo de tantos años, y no es que no haya tenido experiencias auténticamente negativas, pero hay algo en mi interior que tiende siempre a ponerle bálsamo a las asperezas y un ungüento mágico a las heridas. Es curioso, las cicatriza sin dejar rastro alguno.

 

    Todo ser humano tiene en lo más oculto de su ser una herida profunda que a veces surge a la superficie para que nos demos cuenta de su existencia e insistamos en conseguir sanarla. Creo que no hay mejor medicina para cualquier herida del pasado, que el perdón. Empeñarse en experimentar en nuestro interior el permanente perdón por todo lo que nos haya hecho alguna vez daño, es la mejor fórmula para gozar de la paz interior...

 

  Es costumbre que grandes políticos, escritores o artistas, cuando entran en la vejez decidan redactar sus memorias. No es este mi caso, sobre todo porque no creo que sean imprescindibles para el mundo de hoy estos simples garabatos. Sólo he querido trasladarles a mis hijos, nietos y bisnietos, algunas imágenes o pinceladas que les fabriquen una idea aproximada de cómo me relacionaba con mi familia en aquellos tiempo que nos tocó vivir. Sé que se reirán, como yo misma lo he hecho recordando algunas de las anécdotas, y es posible que se emocionen también con algunas otras, lo importante es que me vean como un ser que experimentó sus experiencias con toda la entrega de la que fue capaz".

 

 

Escribió para experimentar muchas sensaciones dormidas, y, desde luego, para darle movimiento al cerebro y la voluntad de vivir, y para regalares a sus hijos, nietos, bisnietos y los lectores de Santa Cruz de Tenerife, los múltiples recuerdos del pasado que aún revoloteaban en su memoria. Sus relatos del antiguo Santa Cruz contienen un aire fresco de humanidad que nos conmueve por su gran sencillez. Amparo Walls Hernández, quien nació en el santacrucero barrio de El Cabo el 1 de abril de mil novecientos catorce, fue bautizada en Nuestra Señora de la Concepción, siendo la benjamina de seis hermanos, por lo que fue querida y mimada por toda la familia. Recuerda su infancia en Mariposas de papel y Párrafos de la memoria como un tiempo feliz, junto a una madre canaria muy creativa, como ella aficionada a la música y el canto, y su padre andaluz, severo pero con gran humor y muy tierno y cariñoso para con sus hijos. Además de parir y criar a seis hijos, y ser una ama de casa con todas las consecuencias, siempre ayudó a su esposo en el comercio de la Rambla Pulido y, como fuera Aries, y su signo tiene mucho que ver con el fuego, esta mujer ejemplar, que hasta hace poco seguía tocando el piano, logró trasmitir a sus descendientes la pasión por el arte. Sobre este singular primer libro de su autora, Mariposas de papel, el escritor Pablo Martín-Carbajal, escribió un hermosísimo texto, que reproducimos más abajo. 

 


 

MARIPOSAS DE PAPEL, UN DELICIOSO RELATO DE RECUERDOS

 

Por Pablo Martín Carbajal

 

No hay deber que descuidemos

tanto como el deber de ser felices.

Robert Louis Stevenson

 

           Uno de los principios más valorados en las sociedades africanas es el respeto a las personas mayores, algo que también ocurría no hace mucho en nuestra sociedad. Amparo Walls Hernández aparece en la portada de su delicioso relato de recuerdos, Mariposas de papel (Ediciones Idea) vestida con un sombrero que ella misma se fabricó, un traje también de autoconfección con unas telas recuperadas de cualquier parte, y una piel de zorro colgada al hombro que por entonces, en aquel 1931, era signo de distinción. Hoy en día, al ver la foto su nieta, le comenta a la abuela que vestida así parece mucho mayor de los diecisiete años que tenía en la foto, y es que los jóvenes de aquella época, comenta la abuela, cuando se vestían querían imitar en todo a las personas mayores. Mucho ha cambiado el mundo desde entonces, y en esta vorágine de culto a la juventud, al dinamismo, al consumismo, a los logros individuales, bien vale la pena detenerse y pasarse una mañana de domingo leyendo el relato de una señora de noventa y cuatro años, transportarnos al mundo de nuestras abuelas, y descubrir cómo era la vida de entonces, sencilla, también difícil, tierna, familiar y por encima de todo, feliz.

 

             Amparo Walls Hernández no tiene ninguna pretensión literaria al escribir este libro de recuerdos, ¿para qué escribirlo? -le preguntó a sus hijos cuando la animaron-, pues para experimentar muchas sensaciones dormidas, darle movimiento al cerebro y voluntad al vivir -le respondieron-. Y haciéndole caso a sus hijos, dándole movimiento al cerebro, le ha salido un libro escrito con mucha corrección (sorprendente para una persona que no ha escrito nunca), cargado de anécdotas emotivas, combinando la ternura con el humor, y que se lee con una sonrisa en los labios y una lágrima aflorando en la comisura de los ojos (y no solo aflora, a veces también resbala y cae).

  Los que hemos nacido mucho más tarde lógicamente no queremos volver atrás, pero sí podemos echar de menos algunos de los valores de entonces y que aparecen tan nítidos en Mariposas de papel: el respeto a tus semejantes por encima de todo, el valor indisoluble de la familia (de la familia extensa más allá de los padres y hermanos), la convivencia con los vecinos, los juegos y la manera sencilla y humana de divertirse…

 

        Amparo Walls Hernández narra desde la felicidad, a pesar de que también convivió con experiencias horribles en aquellos años, pero ese tono de felicidad coincide mucho con el tono con el que narraba mi abuela María (ella no escribió un libro pero antes de morir dejó grabadas cuatro cintas de 60 con sus memorias), y este ejercicio de haber escrito o grabado sus recuerdos es un regalo único e inmejorable, una manera de demostrarnos que si estamos aquí es por algo, que nosotros empezamos mucho antes de nosotros mismos, y que si somos lo que somos es porque hay otras personas que son lo que son, o que fueron lo que fueron, y es esa herencia la que nos da sentido, y la que nos enseña a valorar su incuantificable legado.

 

              Amparo Walls Hernández, desde aquí, un beso enorme.

 

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Entrevista de Zenaido Hernández a Amparo Walls.


Música para Amparo Walls

"Como la abeja a la flor", del maestro Francisco Ferrer.

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