Francis Viña es un escultor absolutamente meticuloso, ama la madera con la paciencia y la constancia de quien acaricia las formas en su imaginación y va a su rescate, atrayéndolas a la realidad. Me cupo el honor de que por dos veces consecutivas me solicitara los textos para sendas exposiciones individuales de 2009 y 2010, tituladas El vuelo de la semilla y Antesala. Aquí reproduzco ambos textos y dejo constancia de su magnífico hacer a través de la filmación que él mismo realizara de Antesala. El propio escultor, Francis Viña, habla de su proceso de creación en El vuelo de la semilla, de la siguiente manera:
La materia que albergó vida, encontrada y recogida forma parte de la memoria como las primeras imágenes que preceden la creación. Semilla hibernada que espera las condiciones justas para desarrollar su propio ser. Semilla que germina de nuevo en los bosquejos de un lápiz o bolígrafo guiados por la mano de la mente inquieta. Arte y materia conforman, una y otra vez, la ansiada y sublime expresión de una idea.
Mi amigo Toba, el acuarelista Cristóbal Garrido Leal, está a menudo presente con sus creaciones en múltiples muestras y encuentros nacionales y extranjeros. Él tuvo la gentileza, hace ya trece años, de apoyar con sus acuarelas mis textos del libro Contados al atardecer. Dos de sus cuadros, La trilogía de un candado y El guante de la utopía (Homenaje a Eduardo Galeano) están ahora mismo exponiéndose fuera de nuestro archipiélago.
1. El alfarero rompe las normas
La presencia de la plástica se da en mis libros desde que empecé a imaginar con la literatura. Mi proceso de creación se fue fraguando a lo largo de veinte años empeñado con propiciar rupturas en las reconocidas por entonces como normas de la novela. Buscaba las sinergias de la narrativa con la imagen visual: desde La canción del morrocoyo [1968] hasta Contados al atardecer [1988], fueron veinte años de búsqueda incesante de nuevos comportamientos de la literatura. En ese dilatado espacio me acompañaron algunos artistas plásticos, pues yo no sabía dibujar, pero el primero de todos ellos fue mi hermano, el magnífico pintor Yamil Omar.
Desde siempre estuve empeñado en incorporar otros elementos que no fuera solo la narrativa, pues estaba imbuido no sólo del surrealismo y el dadaísmo, sino también de los escritores españoles anteriores a la generación realista. Aprovechaba que en los años cincuenta y sesenta, en las historietas, los colorines o el comic, convergían popularmente todos los lenguajes: desde la literatura al cine, pasando por todas las narrativas y, por supuesto, las artes plásticas… Además del humor y un irrespetuoso distanciamiento por incorporar formatos ajenos a la literatura, como yo sabía que ocurría antes con las vanguardias europeas o con los novelistas de 1914 en España.
2. El placer de lo visual y la experimentación. Creando al Lector activo
La interacción de la intuición con el intelecto, la imagen con el concepto, la imaginación con la razón… Buscaba crearme un Lector activo a mi medida, para que leyera y entendiera con plenitud el mundo que yo le mostraba, que no era otro que el que yo veía y reelaboraba.
Mi estética pretendía romper las normas establecidas de los géneros en los años cincuenta, propiciando sinergias entre lo visual y la narrativa, pero eso no se hubiese entendido jamás de los jamases en Canarias cuarenta y cinco años atrás. Hoy día se le llama a esta conjunción novela gráfica, porque le dieron nombre los americanos, y por fin la creación, el producto y su comercialización fueron aceptados.
Digo que estaba obstinado (¡soy tauro, con dos fuertes ascendentes, en aries y géminis, uff…!), pero los materiales técnicos con que contaba en esos momentos eran escasos, y además buscaba también incorporar lo acústico, ¡qué locura creativa!, y fue imposible... Opté por atacar lo conocido, lo normativo:
1º- en determinados textos rompía las estructuras de la escritura, para atacar la lógica semántica, mas procurando que el sentido profundo de lo que quería comunicar se mantuviera [ejemplos claros los tengo en Papiroplexia y en El tiempo lento de Cecilia e Hipólito].
2º- usaba lo visual obligando a producir relaciones entre el texto y el dibujo. Porque creía que las imágenes facilitarían la posibilidad de activar la conciencia del Lector, a quien deseaba activar costase lo que fuera. Yo no quería un Lector masculino ni femenino, buscaba que se activara, ¡que despertara de su ensimismamiento! [debe comprenderse que también me hallaba influido por las lecturas de Louis Althusser].
3º- quería implicar al Lector propiciando la interacción de la intuición con el intelecto, la imagen con el concepto, la imaginación con la razón.
4º- más adelante fui dejando los experimentos más arriesgados de forzar al Lector a ser activo, como en la novela inédita Retorno, y mantuve la presencia del dibujo pero sin funcionalidad provocadora.
Pero veamos el proceso…
Mi primera novela, La canción del morrocoyo [1972], empiezo a escribirla antes pero la termino en 1967-68. Yamil Omar me hace los dibujos de su interior, unos se publican en el libro y otros quedan inéditos. La portada de La canción del morrocoyo me la compuso el pintor Pedro González, responsable del Grupo Nuestro Arte de Tenerife, haciendo un collage a partir de una pintura del casi centenario Marc Chagall.
Quería obligar al Lector a participar en una ceremonia de la vida en la que existan infinitos planos en acción, donde interactúen la intuición con el intelecto, las imágenes con los conceptos verbales, para dar lugar a una comunicación que entrara en sinergia con las emociones y los sentimientos y, al fin, apareciera la expresión individual. ¡Oh, desdicha fatal!, ¿por qué me complicaría tanto la vida de escritor neófito?
Sé que planteaba asuntos muy serios y vitales, pero también en la forma de la expresión buscaba jugar y divertirme con el Lector. Por tanto, el humor, se transformaría desde el principio en un aliado de esas sinergias.
Recuerdo algunas afirmaciones, para mí positivas, del crítico Jorge Rodríguez Padrón sobre La canción del morrocoyo:
Aunque ha habido reediciones, desde la primera edición, algunos intentos gráficos quedaron inéditos, unos he podido recuperar y otros han desaparecido para siempre. Nunca se imprimieron. Por ejemplo, conservo aún estos dibujos de Yamil para la primera edición, pero no se incluyeron:
Después de publicar La canción del morrocoyo seguí en la lucha por ese tipo de sinergias. Publiqué y dirigí la pieza teatral Sé que no son pulgas ni gusanos también en la portada y en su interior con dibujos de Yamil Omar, pero aquí sí que se dio una sinergia perfecta.
Siendo el teatro el Presente Ideal, con su público ahí delante o alrededor, y lo visual-icónico en el proceso de desvelar sus significados, fueron los dibujos incorporados al texto los que acabaron por darle un auténtico significado semántico a los personajes. Hasta tal punto fue así que en la representación los actores se veían imbuidos por esas formas espectrales vestidos con sus ásperas telas de sacos, que aparecían ya desde la portada del libro y en los dibujos interiores.
Así visto el producto final, las sinergias se estaban dando en el proceso largo que iba desde la idea, la escritura, la plástica, la dramaturgia, la dirección, la actuación actoral y la retroalimentación frente al público…
Ah, maravillosa experiencia, en la que me acompañaron los grandes actores y amigos Pilar Rey y Antonio Abdo, junto a otros miembros del Grupo Fragua de Teatro, especialmente el desaparecido poeta y amigo Agustín de León Elías [autor de dos veníos libros de poemas: Gota de polvo y Sembrando hombrecillos], quien en aquella puesta en escena se esmeró, sobre todo, en la magnífica escenografía.
Volvió Yamil a darle vida visual a tres de mis libros, los correspondientes a los tres de poesía, TAO, que hacen un conjunto de seis poemarios:
Fueron años de gran experimentación en todo… En lo poético… Lo escénico… Todo lo teatral se transformaba en un gran juego permanente sobre el escenario. ¡Estábamos borrachos de creatividad, en lo visual, en lo narrativo, en la vida misma… en el vivir diario a manos llenas! Quizá porque no sabíamos aún, como afirmó en sus magníficos versos Jaime Gil de Biedma, que “la vida iba en serio”.
Vinieron luego otros montajes y experiencias teatrales: El Happening, El público, mi versión libre del Don Juan Tenorio, con orquesta en la escena, La excepción y la regla de Brecht, con cine sobre el escenario a lo Piscator…
En otro artículo, escribiré sobre esos años teatralmente tan creativos… Hoy, vamos a lo que vamos.
3. Pero aún somos barro
Y somos sólo barro
Con el que el alfarero moldea formas.
Es un mundo soñado por dementes.
Y, nosotros, colores
En la marea ondulante de miembros destrozados.
Badr Sakir al Sayyab [1926-1964]
La libre expresión plástica del gran artista que es Yamil Omar puede conllevar parte de las mismas ilusiones de super libertad expresiva que han utilizado prácticamente todos los movimientos románticos de los últimos doscientos años. Discurramos la mirada sobre el sillar enjalbegado de los paramentos donde se asientan las obras de Omar, para constatar que en su estético volver al seno de los primeros brotes de la libido humana halla significado la explosión colorista cuajada de elementos icónicos, supuestamente indiferenciados, que balancean sus cuerpos estilizados sobre un terso alambre: punto divisor de los dos grandes mundos tenidos por el interior y exterior del artista.
Fuentes de colores, tanto sincréticas como analíticas, están a disposición del artista, quien conjuga en su historia personal todas las primeras infancias que subyacen en su hombre actual: espacio donde arte concreto o abstracto expresan sus aspectos fantásticos. Se irrumpe, no obstante, en medio de una sincronía abstracta, colgándose en el vacío aéreo, dinámico, que también se cuela por los intersticios de las formas indiferenciadas que los colores de existencia cristalizan en el cuadro.
Sería asaz ingenuo tener que justificar el genuino arte emergente de las paredes de cualquier caverna infantil, tanto como negarle al cuadro, bidimensional, su profunda vocación volumétrica. Lo quiso redescubrir la fotografía en claros y oscuros, pero lo ha estabilizado el cine, a fuerza de invertir sumas ingentes para llenar la vaciedad de la pantalla acercándola a la realidad alcahueta del espectador con oídos tipo dolby, enamorado pasivo de una butaca.
Lo indiferenciado puede ser simbólico, a través de donde se cuelan todas los intentos de interpretación: primero Freud y luego Yung, con algo más de compasión por el ser y su sexualidad creativa que se expresa a veces a dentelladas y a contracorriente. También aquí, en la obra de Yamil Omar, se encuentran símbolos en la misma proporción que hemos de aceptar el carácter liberador -¿demiúrgico?-, pero sobre todo catártico de su acto de crear, dejándose ir en la conjunción simétrica de elementos tan antagónicos y primarios como el macho y la hembra, la muerte y el sexo, la tierra y el aire, el rostro en el espejo y la nuca que no verás nunca...
Pero Yamil no tiene una postura neutral. Desde hace años alarga las figuras, aunque inspiradas por la espontaneidad, implicándolas en un territorio que se nos imagina casi sin fronteras. El tratamiento de las formas, a veces encerradas en los cubículos aparentemente amenazadores; el sublime sentido del humor; los pequeños detalles que sólo la inteligencia muy sutil los descubre; y el juego permanente, junto a la provocación a la participación, ¡todos!, todo va más allá de la sorpresa...
Siempre la sorpresa, advirtiendo de la expresión de un espíritu colorista que se autodestruye para recomponerse desde el vacío concentrado en el baúl inesperado, en una nada pintarrajeada, en un objeto-sujeto no muy alejado de su profunda autenticidad, de su verdad más primigenia.
Parte de la gran maestría de Yamil estriba en hacernos creer que lo que hace en el diario trabajo de estudio, y nos muestra luego en sus formas cuajadas de colores, es un simple juego de niños. A ese supuesto engaño de apariencias, jugaron también en su momento, entre otros muchos sabios, el gran Picasso o el travieso Miró.
En verdad, nunca se vuelve al principio, porque es un territorio que jamás se abandona. El artista sabe ejercer el patriciado especial de enhebrar con maestría y desandar laberintos cifrables, sólo a través de sus códigos. Dédalos con que nos ofrenda sus hallazgos estéticos, desde el gran placer de la obra adulta, erotismo batallador, pero también sublimado.
Hace años George Bataille nos indicó de la funcionalidad de la boca de la cabeza, situada en lo más alto del cráneo... Por eso, como en todo lo que nos subyuga, si nos distanciamos a tiempo, y no nos ponemos nerviosos, sabremos que sólo se puede salir del laberinto por el centro del ser.