Escribí hace ya varios años, a instancia de mi amigo el escritor Daniel María, este relato titulado Los tatuajes de Amelia. Nunca me he hecho un tatuaje y no creo que me lo haga ya, no obstante en aquellos momentos me interesó mucho plasmar en un relato mío la gran movida que se estaba observando a diestro y siniestro: el tatuaje como forma de relación humana, sobre todo en las generaciones más jóvenes. Andaban ya entonces los tatuajes parejos con los piercings: se colocaban en los tobillos, en la lengua, en la nariz, en las cejas, en el ombligo, en el pene, en las orejas, en los labios… Se tatuaban en la espalda, los brazos, la barriga, el cuello, la cara, la calva, las manos... La cuestión no ha cambiado, sino que ha ido a más, por eso creo que mi cuento está de rabiosa actualidad.
Quise ahí que las experiencias amorosas de Amelia quedaran escritas sobre su piel, era la única pretensión, pero descubrí luego que había compuesto un relato sobre la libertad llevada a sus últimas consecuencias: quizá sea ese, en sustancia, el verdadero objeto de los tatuajes.
Reproduzco el relato en pdf y pongo también el enlace de la web titulada Los tatuajes más impresionantes del mundo II
(http://ellos.es.msn.com/punto-de-mira/los-tatuajes-m%c3%a1s-impresionantes-del-mundo-ii)
Algunos de mis textos de ficción son producto de experiencias concretas que tuve alguna vez, fuera en la niñez o ya bien entrado en años. No es que necesite vivir situaciones concretas para escribir, ni todo lo que me ocurra en la vida se transformará luego en materia creativa, sea novela, teatro o poesía. Soy más bien uno de esos escritores que lo cotidiano lo deja para experimentar y la escritura para la creación. Aunque es verdad que casi todo está interrelacionado y resulta sumamente difícil decidir dónde empieza una cuestión y acaba la otra, donde la realidad y dónde la ficción. Pero sí que soy consciente de que algunos temas me han servido de inspiradores para escribir un relato, una novela o muchos poemas..., porque una materia se alimenta de la otra, aunque la realidad siempre superará en todo a la ficción.
Estos relatos que aquí voy poniendo son productos de esa especie de intercomunicación entre la realidad y la ficción, lo experimentado y lo inventado.
Procumbir contiene remembrazas de niñez, olores y sonidos de una infancia extremadamente alejada. Desde esa perspectiva debería leerse tanto este como algunos de los que le siguen.
Escribí por encargo, entre el 2004 y el 2005, este relato que presento a la lectura aquí hoy con título rectificado, pero que con el título El rey que quiso olvidar se publicó al año siguiente en un libro colectivo del CCPC que se llamó Leyendas canarias. Allí se agrupaban los relatos de Emilio González Déniz, Francisco Tarajano, Luis Ortega Abraham, Juan Rey, Miguel Ángel Díaz Palarea y Alberto Omar Walls. He querido cambiar en algo el título y en vez de rey lo pasé a mencey por estar más lógico y acorde con aquellos tiempos, pero ninguna otra compostura había hecho hasta hoy, pues no lo había creído procedente, pero ya me duraba mucho el dislate histórico del nombre de Beneharo por Bentor. La edición impresa seguirá su camino repitiendo el relato tal como en su día lo dí a los editores. pero hoy lo publico con cambios y evidente ajuste histórico. Pero hablemos unos minutos del por qué me interesó tanto desde el principio ese suceso ocurrido quinientos años atrás. Pero empecemos como si nada les hubiese dicho:
El mencey que quiso olvidar: he escrito este relato sin pretensiones melancólicas ni sutilezas partidistas. Me he planteado como escritor el tema totalmente libre de prejuicios, y desde la mentalidad inevitable de una persona del siglo XXI que no se sorprende ya, a la vista de los actuales acontecimientos mundiales, de que 500 años atrás los hombres y políticos del renacimiento europeo entraran en las vidas y tierras de otros seres atropellándolos y esclavizándolos. Hoy día continúa la misma práctica, y con menos disculpas posibles, lo que me hace pensar que el ser humano, después de 3.900 millones de historia biológica de la Tierra, en su evolución desde la ameba al hombre, a pesar de tantos maravillosos avances tecnológicos no haya salido aún de las cavernas y siga siendo un lobo para el hombre. Me he planteado este relato tomando como epicentro de la reflexión la conciencia de ser, es decir la conciencia colectiva que une a todos los seres en el presente y en los pasados, en ese binomio de conciencia y vida que nos permite a todos los seres ser quienes somos en su totalidad por encima de diferencias. A través de ese telescopio mágico y subjetivo he podido penetrar en las conciencias sufrientes de unos seres que vivieron antes que nosotros en la isla.
Los poderes económicos y políticos del mil trescientos y mil cuatrocientos se repartían las tierras, supuestamente habitadas por salvajes, en acuerdos económicos y reales con el mayor descaro y falta de respeto. Era ya, desde entonces, la costumbre en el mundo. Canarias venía sufriendo periódicas incursiones para capturar esclavos y ser vendidos en los mercados europeos. Al margen de los casos especiales del establecimiento de una comunidad franciscana en Telde entre 1350 y 1391, con la generosa idea de convertir a los indígenas, conocedores de ritos mágicos, según ellos, a la religión católica, durante todo el siglo XIV el control sobre Canarias se lo reparten tanto genoveses, como castellanos, aragoneses y portugueses. Aunque ya, en el siglo XV, se respeta para esos fines de conquista y expolio legal el poder de las dos grandes potencias marítimas, Castilla y Portugal.
Pero demos un salto de más de noventa años de esa época y entremos en materia tinerfeña… Corre el año de 1493 cuando el de Lugo, habiéndose hecho ya con el dominio de las otras islas, solicita y obtiene de los Reyes Católicos el título de Adelantado y la licencia para explorar y conquistar Tenerife, y explotar la última isla que quedaba aún en manos de sus primitivos habitantes, los guanches. En la primavera del año siguiente, en pleno beñesmén, una expedición militar formada por 30 navíos, 190 caballeros y unos 2.000 infantes de tropa compuesta por castellanos y nativos canarios, desembarcó en Tenerife por la costa de Añaza. En no mucho tiempo llegaron los castellanos a acuerdos de paz con algunos menceyatos: Icod, Daute, Adeje y Abona, que forman el llamado bando de paces. Pero el bando de guerra, es decir la resistencia, lo componen los menceyatos de Taoro (liderado por el mencey Bencomo), Tacoronte (por Acaymo), y Anaga (por Beneharo). Hay constancia de que Alonso Fernández de Lugo le propone la paz al Mencey Bencomo, si a cambio aceptaba convertirse al cristianismo y reconocer su autoridad y, por supuesto, la de los Reyes Católicos. Al rechazarlo de plano Bencomo, la guerra se hizo inevitable.
La primera batalla se dio en el barranco de Acentejo. Los guanches derrotaron a los invasores que tuvieron que escapar hacia Gran Canaria. Pero el que sería el futuro Adelantado retorna a Tenerife en 1495, pero mucho mejor preparado y pertrechado de una amplia caballería y con los refuerzos humanos aportados por Fernando Guanarteme. Y será en noviembre en los llanos de Aguere de La Laguna, donde se librará la segunda batalla, donde derrotarán y matarán al rey Bencomo y a todos los guanches que lo seguían. Pronto, los del bando de Taoro eligen al joven Bentor como sucesor, quien se encarga también de liderar a los demás bandos de guerra. Manda Alonso Fernández de Lugo nuevamente a Fernando Guanarteme, quien fuera antiguo rey aborigen de Gáldar, a negociar la rendición con Bentor, pero este, como su padre, Bencomo, se niega a entregar sus territorios, y por tanto a doblegarse.
Poco después, ya en 1496, Bentor dirige a sus miles de guerreros contra la soldada castellana, pero los diezman en la conocida, por los conquistadores, como Victoria de Acentejo, con lo que el camino de Taoro les quedaría libre para dominar la isla. Bentor y sus guerreros guanches, ya vencidos, se refugian en los altos de la ladera de Tigaiga, donde el joven mencey, de 30 años, decide poner fin a su vida. Bentor, el que libró la última batalla contra el ejército castellano, es el protagonista de mi historia. El personaje lo sitúo en una cueva especial de la ladera de Tigaiga, horas antes de su acto definitivo. Su muerte significó el final de la resistencia guanche y la rendición de los menceyes de los bandos de guerra supervivientes en un acto de sumisión conocido como Paz de Los Realejos. Todos los guanches vencidos de los bandos de guerra fueron vendidos como esclavos o trasladados a Gran Canaria, donde muchos escaparon y se mantuvieron alzados durante algún tiempo. Otros escaparon hacia la zona sur de la isla de Tenerife donde encontraron refugio entre los guanches de esa zona. Y, por supuesto, a partir de entonces los que pudieron salvar sus vidas, perdieron posesiones, se bautizaron, cambiaron de nombres y se hundieron en el anonimato…
El relato que les muestro ahora en pdf, titulado El mencey que quiso olvidar, está basado en ese hecho ocurrido hace siglos, del que solo quedó para la historia el testimonio de una noticia escueta. Les pido que lean o escuchen con su cerebro derecho, el más mágico y espacial de los dos, porque me voy a trasladar a ese final del siglo XV, aquí en Tenerife y porque les voy a pedir que visualicen tanto el espacio geográfico como al personaje histórico que testimonio y lleguen a captar, por tanto, a través de lo contado, su estado de ánimo y el zarandeo vital al que su conciencia, como hombre de estado, se tuvo que enfrentar...